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viernes, noviembre 21, 2003

Navidad es...

Me emocionó mucho el mensaje de InFelix en el tagboard, donde me dejaba mi pedacito de pan de jamón, pues con eso se inauguró mi navidad.

Para mí la navidad es ese gesto amable de ofrecer el platico lleno de manjares a cualquiera que llegue a la fiesta, el amigo secreto entre amigos de verdad, la oficina que se cierra a las 5 de la tarde, el olor a alcaparra y vino tinto, lavar las hojas de plátano, poner a onotar el aceite, es Niño Jesús, es un espíritu festivo que invade las calles. Para mí navidad es compartir.

Los trajes elegantes, los arbolitos naturales, las imágenes de los muñecos de nieve y todo lo demás... es fruslería. Si faltan no me arruinan la navidad.

Pero para mí no hay navidad sin ese platico de cartón con ensalada de gallina, hallaca, pan de jamón y cubiertico plástico que me dejan en el escritorio. ¡Gracias InFelix!

Navidad=

Pan de jamónHallacasDulce de lechosaPernilEnsalada de gallinaPavoCabello de ángelTorta de navidadPan de jamónHallacasMás pernil





jueves, noviembre 20, 2003

La privacidad en los weblogs

Leyendo el home de Blogger (cosa que casi nunca hago) me encontré con el tragicómico asunto de un treintañero que estaba horrorizado porque su madre había descubierto su blog.

No pude dejar de pensar en las primeras preguntas que Fran me hacía cuando apenas empezaba en la blogósfera acerca de la privacidad, de la intimidad, de la seguridad, de lo delicado que era hablar de la vida privada, de los asuntos álgidos, de esas cosas que necesitas descargar pero que nunca le contarías a nadie. Ya sabemos el pequeño problema que se suscitó en su propia vida cuando algunas de esas cosas llegaron a ser leídas y malinterpretadas.

No lo sé, no soy una autoridad en la materia (en la materia bloguística ni en la de la privacidad), pero mi humilde opinión (y mi forma de actuar se apega a ella) es que, cuando no quieres que alguien se entere de algo, no debes publicarlo en la web. De hecho, si algo no debe ser divulgado no debe ser escrito.

Cuentan que en Eleusis, Grecia, se celebraban unas secretas ceremonias a las que todos los griegos debían asistir, por lo menos, una vez en la vida. Los misterios eleusinos habían sido instituido por los dioses, como regalo a los hombres para quitarles el miedo a la mortalidad. En ellos se hablaba, al parecer, de la muerte. Para un dios no había secretos pues habían estado siempre, conocían pasado, presente y futuro, y nada esperaban ni nada temían. Pero sabían que los hombres siempre vivían a la expectativa ante esa incertidumbre mortal. Demeter pensó en hacerles este maravilloso regalo, bajo la condición de que nunca lo revelaran.

Se castigaba a los excéntricos que hacían parodias de los misterios, se castigaba a quienes pronunciaban palabra acerca de ellos, se castigaba a quienes escribían sobre estos ritos, pues lo que se escribe, de alguna manera, es susceptible a ser divulgado y a perdurar.

Publicar en web, a pesar de lo fácil que resulta, es casi tan poderoso como publicar en un periódico, en televisión, en radio: expones lo publicado ante cualquiera que tenga acceso a la red. No puedes quejarte luego de violación a la privacidad: tú lo hiciste público.

Y es que olvídense: todos tenemos una curiosidad insaciable y, ante la posibilidad de conocer los pensamientos de otros, siempre nos sentimos tentados. De ahí nace el chisme, las grabaciones, los programas de E!, el rumor, la pasión por las autobiografías.

Yo misma, que suelo respetar esas cosas, he leído cartas personales que encuentro en los closets de mi casa. También soy culpable de comprar el diario de una persona famosa o las cartas que intercambió con un amor prohibido, asumiendo que eso no es fisgonear pues lo ha publicado una editorial de renombre. Pero es excusa: soy, como todo el mundo, curiosa.

Muchas veces, estas informaciones parciales y fuera de contexto, nos llevan a hacer juicios errados de los demás, lo sé, pero aplicarle teorías morales y éticas no sirve de nada cuando esos juicios se seguirán haciendo de manera privada.

Mi consejo: si no quieren que se sepa, no lo digan, no lo escriban… ¡y menos aun lo publiquen en web!




miércoles, noviembre 19, 2003

Otra vez Michael

Ya ni siquiera siento conmoción al escuchar la orden de arresto contra Michael Jackson. De hecho, ya ni siquiera me pregunto por qué motivo será que lo quieren aprehender.

Digamos que tener dinero facilita ciertos escapes, que aplacar escándalos es mucho más sencillo cuando puedes tomar un avión privado y desaparecer un rato. Es terrible que cualquier malhechor escape de la ley, pero uno sabe que los malos millonarios lo hacen y, penosamente, lo acepta.

La cosa no es esa. La cosa es, una vez más, la inconsciencia de la gente.

Si ya sabes que Michael Jackson es peor que “Ben, la rata asesina”, si sabes que no es una persona normal que se entretiene con videojuegos sino con niños pequeños, si conoces la trayectoria de abusos que ha protagonizado, es más, si aun sin tener la certeza de que sea un pedófilo al menos manejas la sospecha, ¿por qué dejas que tu hijo juegue con Michael?

Imagino que algunos padres son capaces de entregar la inocencia de sus retoños a cambio de un posible acuerdo monetario, que los envían hacia los brazos de Jackson con el firme propósito de poder cobrarle luego los favores recibidos… pero ¿no es esto también un delito?

Si mañana Michael Jackson se entrega a las autoridades y por fin lo encarcelan, me sentiré aliviada, pero no estaré tranquila hasta saber que los padres que han prostituido a sus hijos conscientemente también caigan.

¿Que Michael Jackson está enfermo? Pues bien, intérnenlo y cúrenlo, pero no lo dejen suelto por ahí para que siga abusando. Ahora, tampoco asuman que los padres que inmolan a los infantes para llenarse el bolsillo, chantajeando al astro del pop por algo que ellos sabían que iba a pasar, son inocentes. De alguna manera eso también es estar enfermo, pero de ambición, y les guste o no, también merece castigo y rehabilitación.



Tengo un tiempo sin carro pues una fallita mínima y la falta de mecánico confiable, me hicieron perder la costumbre de usarlo todos los días hasta que se quedó sin batería. Por mi flojera ahora no tengo batería y tengo la misma fallita de antes.

Bueno, el caso es que, cada vez que manejo, pienso en la maternidad. Sé que no es la asociación más lógica, pero pienso en que la mayoría de las personas que manejan tienen que llegar a la mayoría de edad y presentar un examen que demuestre que saben hacerlo, antes de obtener una licencia. Antes de presentar el examen, la gente es entrenada por alguien más, ya sea un familiar o el instructor de una academia. Son horas de aprendizaje, es dedicación, y una vez aprendidos los rudimentos y obtenida la licencia, uno mantiene la cautela los primeros meses, evitando rutas peligrosas o largas, y tratando de no quedarse hasta muy tarde en la calle. Manejar requiere de conocimientos, definitivamente, pero en el fondo son conocimientos básicos, repetitivos y que con la práctica se pulen. Es decir, no es tan difícil, y sin embargo la gente presta atención a su preparación.

Con la maternidad no es así. Menos aún con la paternidad. Nadie te pide una licencia para ser padre, nadie piensa siquiera en pedir asesoría o adiestramiento. La edad no es limitativa, pues cualquier muchachita hoy en día tiene 2 y 3 hijos, sin haber llegado a los 18. De hecho, muchos de los que traen niños al mundo, ni siquiera lo planifican, ni tampoco asumen la responsabilidad después de que nacen.

Dicen que esto se debe a la pobreza, a los bajos niveles de instrucción, al hambre, a la desintegración de la sociedad. No sé a qué se debe, lo que sé es que no me gusta.

De alguna manera las personas con mayores niveles de instrucción tienden a planificar mejor su familia y a prepararse, pero las excepciones son tan frecuentes que temo que, en breve, en todos los estratos de la sociedad, la paternidad responsable sea un mito.

Hace días supe de una señora acomodada con la que tuve el infortunio de trabajar. Ella había salido embarazada y eso fue lo último que oí. Pues bien, me enteré de que vivió el embarazo y el parto, y a partir de ese momento asumió que ya su labor había concluido: contrató a una señora para que le cuide al niño y se lavó las manos. De hecho, siguió haciendo los frecuentes viajes que implica su trabajo, aun pudiendo delegarlos en personal de confianza. Ella disfruta viajar y desconectarse, y creo que ahora más, porque así se desentiende del animalito ese que parió. Hasta se fue a un seminario de yoga en NYC por una semana… justo la semana en la que su bebé cumplía su primer añito. En la oficina alguien le preguntó: “Ay, ¿pero no te da como “cosita”? Es el cumpleaños de tu bebé, el primero, no cualquiera…” Su respuesta fue: “Tranquila, que cuando aprenda a caminar le hago una piñata. Ahorita no tiene mucho sentido.”

Me cuentan que es terrible cuando ella lleva al niño a la oficina. Apenas llega, le suelta la manito, lo sienta en la primera silla que encuentra y lo deja ahí. Acto seguido entra en su oficina y se atrinchera, a puerta cerrada, para seguir con su jornada. A veces hasta dice: “¿Tú crees que alguien me lo cuide? Ojalá alguien se haga cargo de él”.

Y no hablo de sobreproteger a los niños, menos aún de criarlos dentro de una burbuja… hablo de quererlos. Cuando hay amor hay entrega y responsabilidad, hay sacrificio, hay millones de cosas que hoy en día escasean.

El hecho es que, debería ser más difícil eso de tener hijos. No digo criarlos, que en sí es un trabajo difícil y que nunca acaba… digo traer niños al mundo. Una vez leí en un libro que el coito debía ser sumamente doloroso y el parto placentero, para que concebir a un niño fuera un acto de amor desde el principio. Empiezo a creer que es una idea hermosa y que resolvería muchos de los problemas en el mundo.

Pero no es tan fácil como decir: ok, naturaleza, vamos a hacer unos ajustes y ponemos al sexo como algo desagradable, para que la gente no abuse y sólo lo use para procrear… y el parto lo hacemos divino, para que la madre se entregue a esa felicidad desde el principio. De hecho, podemos extender el bienestar físico al padre, para que toda la familia quede marcada por ese instante de placer.

No, fácil no es. Ni tampoco es fácil imponer un examen de suficiencia, pues implicaría la intervención humana (o del Estado, etc.) y caeríamos otra vez en las trampas de nuestra propia naturaleza.

En fin, cosas que uno piensa mientras maneja…



martes, noviembre 18, 2003

Si bien mi país tiene sus defectos, sus virtudes son inigualables. Hoy, cuando apenas nos reponíamos del duro golpe que significaba la negativa del ente comicial ante la recolección de firmas de venezolanos en el exterior para solicitar un referendo revocatorio, una victoria deportiva nos devolvió la sonrisa y nos hermanó de nuevo.

Nuestro fútbol nunca fue de los mejores, pero la Vinotinto ha recorrido el camino a paso firme en poco tiempo. Y no es que sea perfecta, pero gracias a esa selección hoy podemos sentir una pasión que siempre nos fue ajena: la del fútbol.

A diferencia de muchos países de Latinoamérica, en las barriadas populares, en los pueblitos, en las calles de mi país no se pateaba un potecito de leche como improvisado balón... nuestros niños siempre prefirieron jugar "chapita" y batear las tapas de los refrescos con cualquier palo, para soñar con ser "peloteros". El beisbol fue nuestra gran pasión, ese logro importado que nacionalizamos, el juego que llenaba nuestras calles.

El deseo de ver a la oncena venezolana patear una victoria, no se veía como algo concreto, y ante la lejanía de este sueño, optamos por nuestro beisbol nacional y por asimilarnos a una selección hermana a la hora de cantar gol. Algunos iban a Brasil, otros a Argentina, algunos a Colombia, un poco por solidaridad, otro poco por falta de una Venezuela fuerte frente al balón.

Pero hoy, en el día de la Chinita, la Virgen de la Chiquiquirá, Venezuela se viste de vinotinto y celebra el haber alcanzado 6 puntos en la tabla eliminatoria sudamericana hacia Alemania 2006.

¿Llegaremos? Sería maravilloso, pero si no lo hacemos, este recorrido que nos devolvió el orgullo de ser venezolanos vale la pena. Ahora sabemos lo que se siente. Ahora, mientras escribo esto, me quedo sorda por el corneteo frenético de esos venezolanos que, por un minuto, dejaron de pelearse por la política y se toman unas "frías" abrazados como hermanos.

Que conste que no soy fanática de ningún deporte, sino fanática de este fraternal sentir venezolano. ¿Y si encadenamos temporadas de nuestros deportes favoritos todo el año y dejamos la peleadera?


lunes, noviembre 17, 2003

Hoy ha sido otro miserable día de calor. Sé que soy una malagradecida, que en algún lugar del mundo debe haber alguien muriéndose del frío, pero es que me pongo muy egoísta cuando me derrito.

Trabajo arduamente para mejorar mi humor y venir a postear. No desesperen, pero, como dicen los carteles de la Alcaldía: trabajamos para prestarles un mejor servicio. (siempre he pensado que es un lindo gesto, pero cuando tengo 3 horas atrapada en una cola por el bendito cartel de arreglos, se me olvida...)


He empezado a pensar, seriamente, que esto de ser buena gente no paga bien.

Cuando te portas mal, viene alguien y te lo reprocha, te indica el camino y te sigue los pasos para monitorear tu aprendizaje. Suena feo, pero siendo malo recibes más atención. De hecho, cuando reincides en la maldad, la gente siente un poco de compasión porque saben de tu lucha por ser bueno.

Pero en cambio, si eres bueno, todo el mundo asume que siempre lo serás. Nadie se preocupa por aplaudir tus logros, sólo se concentran en tus fracasos porque fracasar “no es bueno”. Es jodido, pero la gente buena no recibe atención. Y caes en desgracia, tampoco recibes compasión.

Hay días en los que siento que está mal ser buena. Hay días en los que quisiera sacarle en cara a todo el mundo las cosas que hago por ellos, una a una, y pedirles que me paguen, que ya está bueno de pasarme por encima. No me gusta que la gente asuma que, por lo buena que soy, es mi deber darles mi vida entera. Me aterra que esos actos desinteresados que un día le regalas a alguien, se conviertan en rutina y más tarde en obligación… odio que no me agradezcan hacer algo bueno, pero que me reclamen cuando dejo de hacerlo. Un día voy a gritar y voy a dejar de ser buena.

Pero soy tan buena que ni eso.

Asumo que estoy cansada, y que no es la mejor forma de actualizar el blog al que tanto cariño le tengo, pero me molesta mucho sentir que nadie premia a la gente chévere, que el crimen sí paga y que los malos de la película son los objetos del deseo.



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