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viernes, octubre 10, 2003

La primera vez

Cuando la gente habla de “la primera vez” existe una nostalgia tierna que me resulta ajena. Para mí las primeras veces están cargadas de temor, lo confieso.

Quizá a la tenue luz del recuerdo, algunas de esas primeras veces han llegado a convertirse en memorias hermosas, pero generalmente soy de esas que se muere de los nervios ante ciertas situaciones desconocidas.

El estómago revuelto ante un primer día de clases, ese en el que casi siempre se forman las “tribus”, es perverso. No soy un animal social y prefiero la observación y el análisis al saludo forzado y la charla vacía y temerosa. Y no condeno a quienes tienen habilidades sociales, sólo digo que YO no las tengo.

La primera cita con un médico en una helada sala de espera, pone mi mente creativa y dramática, y por más que el médico sea un ángel bajado de los cielos, me muero del miedo.

Llegar de primera a una fiesta me produce una angustia incontable, sintiendo la responsabilidad sobre los hombros de “hacer ambiente”. Y no, uno no se puede mezclar entre la gente, ni tampoco puede postergar la decisión de tomarse un trago pues tienes al anfitrión encima ofreciéndote: ¿cerveza, vodka, whisky?

La primera vez que manejé sola hasta la universidad sentí que estaba dándole la vuelta al mundo y que todos los camiones de carga se habían puesto de acuerdo para atacarme.

Aun las cosas que más deseo, como el primer taller de literatura al que asistí, me producen angustia. Llegué con 1 hora de antelación y al ver que nadie tocaba la puerta, pensé que lo mejor era esperar. Estuve sentada en la acera más de media hora, y sólo la llegada de otra alumna me dio el coraje de unirme a ella y subir al aula. Me reconfortó saber que no sériala única en comenzar aquel día, y desde aquel momento establecí una conexión invisible con aquella muchacha que me acompañó la primera vez.

Hay millones de casos en los que he sentido ese miedo, esa angustia, por lo que no soy amiga de las primeras veces, pero sé que son necesarias. Obviamente por algún lado hay que empezar, pero confieso que le temo más a los inicios que a los finales.



Creepy

El episodio de Seinfeld donde Susan muere intoxicada por el pegamento de los sobres baratos de la invitación a su boda con George, me encanta. Y no por lo retorcido del asunto de la muerte de la fiancée, sino por el hecho de que Jerry se enamora.

Sólo Janeane Garófalo podía darle vida a esta genial mujer que, a la larga, resulta ser la versión femenina de Seinfeld: su sentido delhumor, obsesionada por el cereal, sus frases... Y es que, precisamente por esa similitud de espíritu, Jerry siente esa poderosa atracción por aquella mujer… pero el encanto se rompe al entender que ella es igual a él. ¿Quién podría estar al lado de sí mismo para siempre? ¿No resultaría aburrido? ¿No tendría un toque macabro? Ni hablar del narcisismo involucrado…

No sé si yo podría enamorarme de mí. Soy neurótica, obsesiva, demasiado curiosa, estoy hablando constantemente, soy enrollada, despistada, ligeramente mentirosa, un poco orgullosa, ciertamente complicada, floja, extraña. Y no es que vea estas cosas como meros defectos (algunas son virtudes y otras tienen un doble papel de defecto/virtud que resulta desconcertante). Pero creo que yo no sería ni amiga mía. Sería redundante y tendría pocas oportunidades de crecer con una relación como esa.

En estos días encontré un blog que me atrapó. Y no hablo de que su contenido cambiara mi vida, ni de un diseño impresionante… era un blog que, cada dos párrafos, me hacía decir: ¡Exactamente! Lo mismo digo yo, es más, creo que esto lo escribí yo.

Jamás me sorprendí ni por el más loco de sus planteamientos, ni caí en alguna trampa de la memoria, ni descubrí o aprendí algo. Reconocí en él juegos de palabras de los que me hubiera sentido orgullosa de parir, pero también errores e impertinencias de las cuales pude haber sido culpable alguna vez… Me tomó un tiempo reconocer que veía un espejo, pero cuando lo hice, me espanté.

Cerré la ventana, olvidé el nombre y url, y no pienso visitarlo de nuevo. Ni soñar con ponerlo entre mis favoritos (ni siquiera entre esos favoritos culposos que visito sin decirle a nadie). Es demasiado macabro como para hacerlo de nuevo.



jueves, octubre 09, 2003

El olor de la almohada

Para nadie es un secreto que tengo problemas de sueño. La verdad no se trata de insomnio propiamente dicho sino, más bien, de horarios cambiados. Parece que mi cuerpo cree que vive en otro lugar del mundo o, para ser más sincera, en el día pago el precio de ser noctámbula.

Me cuesta conciliar el sueño antes de las 3 de la madrugada por lo cual, invariablemente, levantarme temprano es una proeza pocas veces cumplida.

El problema es que, a pesar de mis esfuerzos titánicos por abrir los ojos, casi nunca me puedo despedir de mi esposo, y mucho menos desayunar con él. Las pocas veces que lo he hecho, mi día se ha iluminado notablemente, porque nuestros encuentros matutinos me llenan de una poderosa energía con efecto residual.

Pero cuando al despertarme él ya no está, nada me reconforta más que tomar su almohada y olerla hasta conciliar el sueño nuevamente. Es el sueño más plácido de todos, como ese que tienen los bebés que duermen oliendo una camisa de papá, como ese que tienen las enamoradas que abrazan el oso de peluche que el novio les regaló en su primer mes.

Así de enamorada me siento yo: con una pasión que flota, con ese placer en reposo, con este sosiego infinito cargado de olores y cositas cotidianas.

¡Qué grandeza tienen las cosas pequeñas!



miércoles, octubre 08, 2003

Un billete de lotería

No sé qué pensar acerca del nuevo gobernador de California. Me asusta creer que ganó por el bendito voto castigo, que sólo obtuvo el triunfo porque los electores querían negárselo al otro candidato. Grandes errores políticos ha cometido mi país con esa estrategia malcriada.

La trayectoria política de Schwarzenegger ha sido corta. Dicen que el año pasado impulsó un decreto para ampliar los presupuestos de las escuelas para que estas pudieran ofrecer actividades extra-curriculares a sus alumnos, haciendo que los jóvenes pasaran más tiempo en la escuela y no en las calles. No me parece mal, pero siendo esa su única iniciativa, me parece insuficiente.

Soy de las que defiende el “zapatero a tus zapatos” por considerarlo real y funcional: si estás entrenado y capacitado para una labor, seguramente la llevarás a cabo con mayores posibilidades de éxito que quien no tiene esa capacitación.

Pero, por esas cosas del destino, también creo en el azar. Sorpresas te da la vida, dicen por ahí. Y es que sobran casos en los que, por un golpe de suerte, alguien descubre que su verdadera vocación es distinta a la carrera que ha estudiado.

Por eso, y con toda la reserva del caso, espero que a California no le salga caro el asunto este de elegir como gobernador a quien sólo ha sido fisioculturista-actor. Y claro, si es esa su verdadera vocación, que el señor se prepare mejor y actúe como un Terminator en contra de la corrupción.

Ruego porque cada día haya gobiernos más justos en el mundo, aunque deba entregar mis esperanzas al azar… Últimamente la lógica no está dando muchos resultados.



martes, octubre 07, 2003

Moneditas de oro

Suena raro, pero hay bloggeros que han perdido la libertad en su propio blog.

Al principio pensaba que era idea mía, pero leyendo y releyendo bitácoras, me encuentro con que hay muchas personas que, en algún momento, sienten que quisieran ser tan anónimos como para permitirse gritar a los 4 vientos (o, al menos, escribir humildemente en su espacio de la red) lo que piensan de la gente, las cosas, la política o lo que sea.

A muchos les pasa, simplemente, la vida. Se quedan callados porque les da la gana y hasta echan todo al olvido (y adiós blog).

A otros les pasa algo peor: de desconocidos, pasan a ser celebridades (o al menos meros desconocidos) dentro de su comunidad bloguera, y asisten a encuentros, verbenas, participan en iniciativas, conocen gente… y después, terminan mal, cohibidos por esa penita que da decir ciertas cosas delante de cierta gente. Es más, les da vergüenza decir que no se llevan bien con todos los demás bloggers, o que, sencillamente, no leen los diarios de algunos de ellos porque no les gustan. Así de simple.

Y es que, aunque suene enfermo, gran parte del atractivo de la red, es ese manto de anonimato con el que uno se recubre. Y no es que todos los bloggers seamos unos reprimidos, ni unos doblecara, ni unos cobardes incapaces de decir a viva voz y con nuestro propio rostro lo que pensamos. Pero hay espacios que se juzgan divinos por el sólo hecho de permitirnos explorar otras posibilidades sin el deseo de agradar o quedar bien ante la sociedad. Y para eso, nada mejor que el anonimato.

Claro, que todo depende de la personalidad. Yo no me escudo tras un nick… lo uso porque esta soy la YO digital. No lo inventé a última hora, lo venía usando desde hacía mucho tiempo ya. Tampoco generé estas páginas llenas de palabras para poder “descargarme” de la gente…sólo de las ideas que tengo en la cabeza, de esas que en cualquier momento se me caerían si no las vaciara en alguna otra parte (nunca me quedó claro si lo que caería sería la idea o la cabeza, pero por las dudas mejor sigo descargando).

A veces, sí, da un poco de pudor saber que tus conocidos te leen, incluso algunos de esos amigos virtuales a los cuales nunca les has visto la cara. Pero no creo que sea razón para sentir que se ha perdido la libertad: algunas personas reprocharían lo que uno piensa o escribe, ya sea frente a frente o a través de una pantalla, y uno lo sabe.

Pero en mi caso, no me quita el sueño. Mis opiniones han sido (y de seguro seguirán siendo) rechazadas y criticadas por muchos (y compartidas y avaladas por otros), y no viene al caso paranoiquearme en el blog por eso. Ese es el precio de tener opiniones propias.

Aparte, ¿quién dijo que somos moneditas de oro que le caen bien a todo el mundo?



lunes, octubre 06, 2003

Nerd

Y ahí estaba yo: de camino al banco, perfumada y vestida coquetamente. Casi divina.

Hasta que llegó esta colegiala malévola, de esas populares y rebeldes, y me miró con el desprecio que miran las personas cool a las nerds del colegio. Venía fumándose un triste cigarrillo, agarrándolo sin ningún tipo de pericia (debe haber empezado a fumar hace 15 días), pisando fuerte y riendo con el grupo de segundonas que le hacían de guardaespaldas.

El pasillo del centro comercial se estrechaba junto en ese punto en el que nos cruzaríamos y, a pesar de que yo tenía prioridad, no me dejó pasó. Lo único que dejó fue la certeza de que, en el fondo, sigo siendo una asustadiza niña poco popular.

La odié.



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