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viernes, agosto 29, 2003

La semana del miedo

Ya puedo contarlo porque la crisis pasó, pero la semana del miedo fue una dura prueba para esta familia: Ñau estaba en celo.

Una mañana fría, de esas que me gustan, tuvimos que refugiarnos en la cama, temblando del miedo, amenazados por la gata.

El perro no quería salirse de entre sábanas (cosa rara porque no duerme en cama con nosotros, sólo sube para despedirse en las noches y luego se baja). “Ella” lo tenía acoquinado persiguiéndolo y mordiéndole los bigotes.

A mí la gata me estaba cazando los pies. Cada vez que los movía debajo de la sábana, ella los seguía con la garra, agresiva y veloz, lo que me llenaba de miedo.

Mi esposo, apenas movía el brazo, era atrapado por el zarpazo de la super-agente Ñau.

O sea, los tres temblábamos del pánico, montados en la cama, rezando porque la gata no regresara a ese lugar. Sus himnos hormonales nos atormentaban y su energía sin límite nos tenía al borde.

Me habían contado que las gatas en celo perdían el apetito, de hecho, esa era la experiencia que tenía mi esposo con las gatas de su casa. Pero Ñau nunca mostró ese síntoma en celos anteriores. Ahhh, pero en este celo decidió que tendría más HAMBRE que NUUUUNCA.

Así que, a pesar de nuestro escondite, la garra siniestra venía a reclamar su alimento con precisión suiza.

Además, desarrolló una afición sobrenatural por ver televisión, en especial la serie 24, la más aburrida de todo Fox. No pregunten qué pasaba cuando uno intentaba cambiar de canal.

Sudamos frío, lloramos, no dormimos, pero lo superamos…

Hay experiencias que acercan a las familias… y demuestran que los pantalones de la casa los lleva el gato.



jueves, agosto 28, 2003

Desde hace días tengo la cabeza en la luna. Todavía me cuesta concentrarme, a pesar de mis múltiples intentos por hacerlo, y de mis ganas desenfrenadas de centrarme en algo.

Leo blogs y pienso en comentar, pero cuando al fin abre la ventana, me quedo tiesa frente al teclado. Pienso en posts queme gustaría desarrollar pero una vez que abro el blogger se me olvida lo que iba a escribir. Soy un pequeño desastre.

Supongo que estoy reorganizando mi mente después de algunas semanas de horror y desasosiego, pero no deja de ser inquietante.

Incluso mi trabajo está complicándose, pues no sólo mi desconcentración implica desorden, sino también porque la señora del banco no recibe/responde mis emails y eso me retrasa.

Pero creo que también hay que considerar que los meses largos me ponen de mal humor. 31 días es demasiado. Aunque es un día más, siempre me desestabilizan. Sobre todo la última quincena, cuando siento que soy el ser más pobre del mundo y sólo fantaseo con cobrar mi sueldo de una buena vez. Parezco un niñito con un catálogo de tienda de juguetes, tengo fantasías con el supermercado, trato de no pensar en el pago de los servicios y la tarjeta de crédito y otras delicias de la rutina.

Pero siento, aunque sea sólo en algunos momentos del día, que todo volverá a la normalidad. Poco a poco me ocupo más de las cosas que debería, y ya veo que se restablece mi rutina bloguística.



martes, agosto 26, 2003

Distintos pero complementarios

En estos días hablaba con mi esposo acerca de la inclinación que sienten los hombres por independizarse laboralmente. Ellos sienten mayor atracción por montar empresa propia e imaginarse un futuro corporativo muy brillante. Al final de la conversación me decía: "bueno, es que yo creo que cualquiera que se quiera un poquito, desea montar su propio negocio". Me dejó sin habla. Tomé aire, lo pensé un poco, y le dije: "es una postura muy masculina".

Ciertamente los machos se inclinan por desear posiciones de poder, mientras que nosotras aspiramos a establecer relaciones. Y no quiero decir que no haya mujeres empresarias, proactivas, entrepreneurs... hoy más que nunca se registra un crecimiento en la cantidad de mujeres directivas.

Pero los estudios que revelan que cada vez hay más mujeres en los negocios, también indican que mientras los hombres desean altos cargos, autonomía y elevadísimos salarios (aun cuando no reciban ningún otro beneficio), las mujeres prefieren ganar menos, pero tener flexibilidad de horario, seguros médicos y odontológicos, estabilidad laboral y ser parte de un equipo (y no su cabeza).

Las mujeres podemos tener habilidades matemáticas y, en general, científicas, iguales o superiores a las de los hombres, aunque hasta hace poco se pensaba que sólo los hombres podían sacar cuentas y utilizar un reactor nuclear. Pero, a diferencia de ellos, las mujeres podemos concentrarnos en más cosas al mismo tiempo, y preferimos utilizar nuestros conocimientos para establecer y mantener relaciones, ya sea por medio de la enseñanza, el coaching o, simplemente, como parte de un equipo.

Los hombres, en cambio, sólo pueden concentrarse en una o dos cosas, pero se concentran tanto que ningún estímulo puede sacarlos de ese trance. De esa manera, el tiempo se les pasa y olvidan la hora, por lo cual trabajan horas extra sin notarlo. Además, la profunda concentración les dificulta el trabajo en equipo y por eso prefieren trabajar solos, o mandar a otros a hacer cosas, pero cada uno en lo suyo. Por la tradición que les enseña a ser los grandes proveedores, aspiran a sueldos gordos, para que a su familia no le falte nada, aunque no sepan muy bien cómo darles cosas distintas a las materiales (afortunadamente, han aprendido con el tiempo).

Yo veo mi vida en diez años y aspiro a un mejor sueldo, mejores beneficios y la misma flexibilidad que tengo hoy en día. No quiero ser dueña de nada distinto a los realitos que tengo en el banco y lo que pueda comprar con ellos. Me asusta cuadrar cuentas para mantener una oficina, y pagar equipos, servicios, empleados, impuestos y proveedores. Me estresa sólo pensarlo. Quisiera que para ese momento, mi trabajo me permita faltar un día para llevar al niño al médico, o para hacer compras o para pasar un día con él.

Los hombres, en cambio, suelen verse como cabezas de una corporación, o como dueños de una micro-empresa, trabajando muuucho para ganar muuucho y poder irse de vacaciones, comprar un carro último modelo, una moto y una casa con jardín para hacer parrillas.

Y sí, lo que digo aquí es muy general, no se aplica en todos los casos, pero aunque no haya nada matemático en todo esto (a pesarde que muchos estudios y libros presenten los datos que aquí comparto), lo que es innegable es que hombres y mujeres somos diferentes. Es divino conocer y aceptar esas diferencias, y entender que siendo opuestos podemos complementarnos.


lunes, agosto 25, 2003

Ladrones de cuello blanco

En Venezuela, actualmente, el cambio oficial es de 1600 bolívares (nuestra moneda) por un dólar americano. En el mercado negro (que nació el mismo día que impusieron el control de cambio) el dólar puede llegar a costar unos 3000 bolívares.

Hace poco me compré un polvo compacto Estée Lauder, a sabiendas que la marca es cara, pero convencida de que se trata de un buen producto. La gracia me costó 93000 bolívares, es decir, oficialmente $58.125 y, según mercado negro, entre $46.50 y $31.

Tuve la ocurrencia de entrar al site de Estée Lauder para averiguar cuánto costaba el bendito polvo, y me encontré con que el precio era de $23.00. Horrorizada, saqué mi calculadora para averiguar a cuánto estaban cobrando ellos el dólar con el cual me vendían el producto, y descubrí que me cobraron el dólar a 4043,47 bolívares. ¿Qué cuernos pasa en este país que no hay ley? ¿Por qué nadie pone preso a estos ladronzuelos de cuello blanco?

Claro, ya había comprado el polvo, así que el descubirmiento sólo me sirvió para llenarme de rabia, pero nada más pude hacer... no hay forma de que me devuelvan mi plata ni mi dignidad, ya me estafaron.



El mundo de las teorías

Es increíble cómo la gente tiende a teorizar TODO. Y no debería ser algo que me alarmase, porque yo soy la primera en hacerlo a diario. Pero no deja de sorprenderme la facilidad con la cual damos explicaciones universales a cuestiones particulares.

Por ejemplo, siempre que se habla de una boda, los ya casados explican que "los novios son los que menos disfrutan la fiesta". Olvidan que no todas las fiestas de bodas son iguales. El sábado, por ejemplo, yo vi a una novia gozarse su fiesta como ningún otro invitado lo hizo. Novia y novio fueron los últimos en irse, y hasta el segundo mismo en que atravesaron la puerta de salida del local, tenían una amplia sonrisa en el rostro.

Eso, evidentemente, no cuadraría dentro de la teoría de "novio no disfruta fiesta". Yo misma me salí de ese patrón cuando me casé, caminando descalza por la arena sin hacerme ampollas en los pies con altos tacones. Yo misma no recuerdo haber estado en algún escenario más bonito que ese. Y al carajo con las teorías de otros.

También ocurre que teorizamos sobre las relaciones humanas y la gente. Yo soy la primera en hacerlo, por esa manía loca que tengo de tratar de prepararme para la vida y de hacer algo con mi sexto sentido. Pero al final, mis teorías suelen ser más hipótesis sujetas a cambios según los giros que dé la vida. Pero veo gente que jura, por un puñado de cruces, que las cosas son de una manera y que no hay fuerza en el mundo capaz de modificarlas. Estas personas, casi siempre, basan sus teorías en su experiencia de fracasos, pero difícilmente proyectan teoremas sobre los éxitos y los logros. Ahí me quiero detener: ¿por qué los seres humanos somos tan ingratos que no aprendemos de los buenos momentos? ¿por qué renunciamos, extasiados con la dicha, a verle la cara (muy de frente) a la felicidad para no olvidar su rostro?

Parece que teorizar es una manera de calmar los dolores racionalmente, es dejar que el cerebro le dé una explicación al corazón de por qué fallamos, para que entienda que no todo está perdido. Pero si el corazón está contento, nadie se atreve a susurrarle razones, ni a explicarle el camino por el cual llegó allí (para que regrese si algún día se pierde). Y eso es un desperdicio.

Yo hago teorías siempre, porque me gusta desmontar las cosas, inclusive la felicidad. Me gusta tanto ese sentimiento que busco incesantemente su fórmula, busco entender su forma de actuar para, en un momento distinto, saber dónde buscarla. Y me sorpende la condenada, llegando de manera imprevista por los caminos verdes. Es gracioso reconocerlo, pero nunca me ha servido una teoría al 100% porque con la felicidad no hay absolutos, ella es relativa y huidiza, pero nadie puede decir que no me preocupo en buscarla y darle la bienvenida. Y al final del camino, eso es lo importante. Si teorizamos para darle a entender al mundo que tenemos una sabiduría infinita, estamos demostrando gran ignorancia. Pero si la teoría sólo te sirve para analizar o para entretenerte mientras la vida pasa, ¿qué hay de malo en eso?


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