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sábado, septiembre 06, 2003

Este año ha sido terrible, en especial, esta mitad de año, este ombligo macabro que atravesamos en casa. Hoy hubo un accidente en una autopista en las afueras de Caracas que dejó 2 muertos y 9 heridos. Increíble que los 2 fallecidos eran los abuelitos de mis sobrinos, o sea, tenían que ser familia de alguien, pero ya está bueno que siga siendo de la mía. Me duelen como abuelitos también, y sé que a mi hermana le duelen sus suegros, pero no puedo ni pensar qué sentirán mis sobrinitos.

La cosa es que justamente hoy se fueron de vacaciones, no están en el país, y uno aquí, decidiendo callarse hasta su vuelta (de nada sirve arruinarles las vacaciones, ¿no?).

Supongo que resultaría egoísta de mi parte pedir un receso, pero de verdad me estoy cansando. Mis emociones están frágiles, no puedo seguir amontonando tristezas ni tapándolas con consuelos que, dicho sea de paso, por racionales que suenen nunca atenúan realmente la pena.



jueves, septiembre 04, 2003

I am the WALRUS



Lo sé, no lo puedo evitar aunque lo intento: soy una morsa floja flojísima. Claro, el parecido no se nota tanto porque mis bigotes no son tan prominentes, pero en el fondo, mi alma es de morsa.

He pasado días enteros de estar lenta y cansada, con sueño hasta dormida, y la mayor parte del tiempo, con la mente en blanco (cuando no la tengo en blanco, me pongo a filosofar, lo que da como resultado que los demás deseen que la mente se me ponga en blanco nuevamente).

Pero ya fue, se acabó, me aburrí de aburrirme. Ahora he tomado ánimos para volver a ser el desastre activo que era antes. Ahora empiezo como 10 proyectos al mismo tiempo, no termino ninguno, me canso como si los hubiera hecho todos, pero no me aburro.

Prometo postear más y mejor, poner imágenes, volver a comentar en sus blogs, conectarme al messenger, hacer la tarea y lavarme las manos antes de comer. Obviamente, de mis promesas de político alguna quedará por cumplir, así que no se extrañen si me queda algo pendiente.




miércoles, septiembre 03, 2003

Mobbing

Hace un par de noches, en medio de una mini-crisis de insomnio, observaba un programa español en el que trataban el tema del mobbing. El invitado ya había pasado por terapia y, gracias a Dios, estaba recuperado. Había entendido que el abstracto término “mobbing” lo había alcanzado a él: que había sido víctima de acoso laboral.

El médico lo había obligado a tomar una baja laboral por depresión, y ya en terapia, este pobre hombre entendió que no había sido su culpa, y aprendió (después de mucho tiempo) a poner las culpas en su lugar.

El mobbing no es juego, no es algo que pueda tomarse a la ligera. Deja marcas terribles en el alma, las cicatrices son profundas y las heridas, en muchos casos, tardan en sanar (algunas no se cierran nunca por completo). El acoso laboral es tan o más peligroso que el acoso sexual, entre otras cosas, porque es más difícil de probar.

Yo escuché el testimonio y empecé a llorar. Yo he sido víctima del mobbing. De eso ya hace años, y ahora soy feliz, pero no deja de latir esa herida.

Sólo en España, 2 millones 300 mil personas aprox. son acosadas en su trabajo anualmente. En Venezuela no hay cifras porque ese mal no se reconoce como tal, de hecho, la legislación no lo castiga, pero la realidad es que existen muchos casos y la lista crece a pasos agigantados debido a razones políticas.

“Cuando un superior se dirige a ti en forma hostil y poco ética, de manera sistemática, tratando de humillarte o disminuir tus logros en público, estamos hablando de mobbing o acoso psicológico en el lugar de trabajo.”

Una mierda, definitivamente. Lo malo del mobbing no es sólo que te puede dejar sin trabajo. Lo malo, en verdad, es que te genera miedo, te baja la autoestima y te va borrando, poco a poco, de tu ámbito social.

Si estás siendo víctima del mobbing empiezas por pensar que estás teniendo mala suerte, luego piensas que algo estás haciendo mal, hasta que, un día, descubres que tú no eres el culpable. Normalmente cuando llega ese momento, es demasiado tarde. Para ese instante ya has vivido tantas situaciones nefastas que tus propios familiares te recomiendan que cambies tu actitud, convencidos de que es tu culpa, que algo malo debes estar haciendo, “baja un poco la cabeza, que hay que hacerle la Corte a los jefes”. Tus compañeros también piensan que eres mal trabajador, que algo malo debes estar haciendo para ganarte ese trato y que, seas culpable o no, mejor se alejan de ti para que no les salpique tu mala suerte. ¿Resultado? Tú mismo terminas por pensar que eres mal trabajador, flojo, mal preparado, torpe, lento, malintencionado.

El acosador puede escoger su blanco al azar o especialmente, puede hacerlo por una razón específica o general, personal o profesional. O sea, el acosador tiene un enfermo mundo en la cabeza, y la gama de mundos enfermos es tan variada, que resulta imposible reconocerlos. Puede que te esté acosando para que decidas irte y dejar una vacante donde pueda meter a un familiar o amigo, puede que te acose porque tenga miedo que (por tus habilidades) lo opaques profesionalmente o puede que, sencillamente, esta persona tenga una necesidad de demostrar su posición de poder, humillando a un subordinado. ¿Cómo saberlo?

El hecho es que es un proceso duro. Nadie te cree. Todo el mundo piensa que te ahogas en un vaso de agua. Da vergüenza. Y muchas veces es mala suerte gratuita.

El problema es que uno no quiere renunciar porque siente que irse es darle la razón al acosador, y tras de ti quedará la versión oficial de que “algo malo estabas haciendo”, pero a veces, aunque me cueste decirlo, es lo mejor. Que digan lo que quieran. Más vale que un grupito de gente piense algo equivocado de ti, a que te deprimas o te vuelvas loco. Nadie debe permanecer en un ambiente tóxico por orgullo.

Lo jodido es que hoy en Venezuela el mobbing ahuyenta el talento. Los jóvenes salen del país huyendo del acoso laboral que viene de presiones políticas, o del maltrato al que se ven sometidos en los trabajos no políticos, donde los jefes abusan de su poder para humillar, a sabiendas de que no sobran los trabajos y la gente tiene que aguantarse lo que sea.

Somos pocos los que tenemos suerte en el trabajo, pero como la suerte es efímera, apenas esa situación cambie y me encuentre frente al mobbing otra vez, no le daré la oportunidad de hacerme daño. Me encantaría que la ley me amparara, pero como no es así, lo importante es saber que, a pesar de la plata, nadie me paga mi salud mental.



Pare de sufrir

No pasa una noche que no zapee en busca de un programa ideal para agarrar el sueño. Me aburren tanto la Femme Nikita como las repeticiones de Saturday Night Live, así que al filo de la medianoche trato de llegar a Fox para ver un episodio de Futurama o Los Simpson (que no importa cuán repetidos sean, me encantan).

En ese paseo por los canales, siempre me encuentro con los larguísimos infomerciales de Oración Fuerte al Espíritu Santo (Pare de Sufrir). A pesar de que me han contado que el líder de esta secta fue echado de Brasil por estafador, a pesar de que sé que todo es un engaño, estos infomerciales provocan una fascinación total sobre mí. No puedo evitar quedarme viendo cómo “María” dejó de pelear con su marido alcohólico que le pegaba, en su ranchito 4mts.x4mts., con tan sólo pagar por la flor bendita, el agua milagrosa y las oraciones sanadoras. La salvación tiene un precio, y esta gente factura grandes cantidades de dinero por una imitación de tercera.

El hecho es que, lo pienso, y no le encuentro sentido. ¿Por qué pagar por el toque de Dios? ¿Qué tiene este guía espiritual que no tiene el resto de la humanidad? Si es tan bueno, ¿por qué la mitad del mundo sigue condenado?

Tomemos un caso típico: no consigo trabajo. En pantalla aparece una mujer andrajosa y maloliente (no se huele, pero se nota), quejándose de su mala suerte laboral. Luego de 8 meses de pagar misas, flores y agua embotellada a precio de tiara de diamantes, la señora consigue empleo.

La primera pregunta es: ¿con qué dinero pagó su “tratamiento espiritual” si estaba desempleada? La segunda: después de 8 meses buscando empleo, ¿no era cuestión de tiempo para que algo apareciera? Tercera: si estaba día y noche en el templo, ¿cuándo buscaba trabajo y cuándo fue a la entrevista?

Ahora, unas reflexiones:

Primero que nada, hay que afeitarse. Nadie le da trabajo a una mujer que tiene más bigotes que Ned Flanders ni a un hombre al que no se le ve la cara de tanto pelo. Sépanlo: ni en el circo están de moda las mujeres barbudas.

Segundo: báñense. Mi madre siempre dice que no importa que seas pobre, siempre que seas limpio y honrado. Hagan la prueba: vayan a pedir trabajo luego de haber dejado de bañarse una semana entera. No importa cuán calificado estés, tu mala apariencia te cerrará las puertas.

Tercero: para los creyentes Dios es gratis. Es decir, hay dioses que piden sacrificios, hay dioses que te dicen que estás condenado a tener cierta posición social en esta existencia, y hay religiones que alegan que Dios premia a los devotos con éxito material, PERO, de entrada, Dios es gratis. Usted trabaja para llegar a él, usted le pide un premio de lotería, usted regala dinero a su templo para agradecerle lo que hoy tiene, pero nunca ha llegado a mi puerta un ángel cobrando impuestos. Las religiones que basan la experiencia divina en el dinero son, sencillamente, un negocio. Mi relación con Dios es directa, y a pesar de sus altibajos, no es una transacción comercial.

Cuarto y último: Si estás en un país con contracción económica, desempleo creciente, PIB desplomado y a punto de quebrar, ¿no suena lógico que no consigues trabajo PORQUE NO HAY, y no porque alguien lanzó un hechizo sobre ti?

No quiero descalificar credos distintos al mío, pero esto es demasiado bizarro. Un espectáculo para comerciar con la desesperación ajena. Y así, muchos etcéteras. Es un horror. Y después dicen que Los Simpson deforman la mente.



lunes, septiembre 01, 2003

La frase “giré sobre mis talones” siempre me ha parecido divertida. Más que una media vuelta, me da la impresión de que es un paso de baile, y sólo lo creo posible en novelas bien escritas, películas y situaciones extrañas de la vida real. Sólo en esas situaciones que cito, accedo a entender los giros sobre talones, la música de fondo y las señoras con poodles que llevan lacitos en las orejas.


Buenísima

No sé en qué momento justo después de morir, la persona se vuelve buena. Y si era buena, se vuelve buenísima (Por lo que he visto, si era buenísima, se convierte en santa, pero de eso se encarga el Papa).

Me asombra cómo la gente cambia su opinión sobre una persona una vez que esta muere. Olvidan sus defectos (no los matizan, LOS BORRAN), inventan una belleza insondable y hablan de unos logros increíbles, a pesar de que, en vida, la persona les haya parecido mala, fea y hasta despreciable.

Y no, no digo que haya que alegrarse por la muerte de alguien, o que deba recordarse sólo lo malo, pero no soy partidaria de inventar cosas. ¿Cuál es el sentido? ¿Engañar a Dios para que le den entrada al Cielo? ¿Asegurarse de que, cuando a uno le toque morir, habrá alguien que perdone nuestras faltas?

Yo sí soy imperfecta y lo reconozco, y no sé cuánto tiempo más me queda por vivir, pero de seguro cometeré algunas injusticias y equivocaciones más, y no dudo que haya quien me tenga rabia (bien merecida además), así que no aspiro a la beatificación al día siguiente de mi partida. Ojalá uno pudiera decidir sobre su muerte, y dejar instrucciones sobre cómo quiere ser recordado, pero no es así. Si fuera tan fácil, preferiría ser recordada de una manera auténtica, porque de nada me sirve ser buena una vez que haya muerto. Prefiero la verdad, con todos sus matices y notas agridulces.

La pregunta es, ¿por qué se me metió esto en la cabeza?



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