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viernes, octubre 03, 2003

Grrrrrrrrrrr

Anoche comimos sushi. Fue lindo hacerlo, porque yo estaba muy enojada.

Pasé el día entero buscando el tinte de cabello capaz de mantener la tonalidad de fantasía que tengo desde hace un mes, pero en las tiendas hay escasez de tintes. Luego de esperar a que revisaran todo el depósito de una peluquería, conseguí un tubito del color deseado. Hice todo el proceso, con calma y esmero, acostumbrada como estoy a jugar a la peluquería casera y, al retirar el tinte y secar el cabello para admirar el color, resulta que no dio la tonalidad deseada y toda la cabeza me quedó negra.

Sí, se ve bien, pero no era lo que esperaba. Me enfurecí.

Por eso disfruté el sushi, aunque con mala cara. Como no pude comer todos los rollitos, aparté el envase que tenía el resto y lo puse a un lado de la cama. Me dormí pensando en mi cabello...grrrr....qué rabia.

En mitad de la madrugada me desperté con una baja de azúcar de esas que me dan cuando duermo profundamente. Tomé el paquete del sushi y, dormida, me metí un rollo a la boca. Me quedé dormida mientras masticaba. Eso se repitió una par de veces en medio de mi sueño.

En la mañana, medio dormida todavía, tomé los dos rolls que quedaban y los engullí a manera de desayuno. Seguí durmiendo. Desperté con acidez. Parece que el cangrejo y el masago no son recomendables en horario matutino. Qué mal humor tener la panza volteada.

Me desperté bien, prendí la tele y vi que el gobierno estaba aplicando una medida cautelar de incautación de equipos al canal de televisión cercano a mi casa. Me quejé, hice ruido y me morí de la rabia.

Cuando vi que el representante de la ley estaba negado a redactar un acta que reflejara claramente lo que estaba pasando, sino que trataba de obligar al canal a declararse culpable de algo que lo que era inocente, me morí de la rabia.

Dicen que cuando llueve con sol, el diablo y la diabla están peleando. La brillante luz solar se ve maginificada gracias a los inmensos goterones que están cayendo en este momento, o sea, tremenda trifulca que tienen los señores diablos en este momento. Y esa es sólo la punta del iceberg. Aquí va a haber mucha pelea, la gente está alborotada en la calle y el gobierno está alborotadao en el Palacio. ¿Y saben qué? Si esto se desata ahorita, van a saber lo que es bueno... me agarraron de mal humor.


Incautados

Vivir en la misma urbanización de un canal de tv nunca es divertido. Pero la cosa es un poco más peliaguda cuando ese canal es un férreo crítico de un régimen político tan defectuoso como el que padece Venezuela, es un karma.


No es que me resulte ajeno el dolor de ver cómo un medio de comunicación es atacado, nada más lejos de la verdad, soy Comunicadora Social y estas cosas me tocan el nervio con malicia. Pero lo que creo que poca gente imagina, es este miedo que uno siente al ver un acto como este tan de cerca. Esta situación me asusta por mí, no por el canal.

Las autoridades que hicieron acto de presencia en Globovisión, han presentado un escrito que explica que incautarán equipos de microondas que están operando en una frecuencia ilegal, pero que el canal se ha negado a la ejecución de esta medida.

¿Por qué el canal se niega? Porque los técnicos que las autoridades llevaron para retirar los equipos, al revisarlos, dieron fe de que los equipos operan en frecuencia legal. Como la frecuencia es legal, el canal dice que no tiene sentido que se lleven los equipos.

Lo dantesco de este asunto es que el documento llegó listo al canal, y en él dice que Globovisión se negó a que retiraran los equipos que funcionan ilegalmente. O sea, ellos no redactaron un acta que reflejara lo que había pasado en el acto de incautación, sino que se adelantaron a los acontecimientos asumiendo que el canal estaba incurriendo en faltas, redactaron el documento, y ahora quieren que los representantes del canal firmen un papel lleno de mentiras.

Este miedo que siento no es el físico, es moral. No me quejo del dolor de cabeza que me dejó hacer sonar y escuchar cacerolas durante dos horas. No me asustan los balazos que surcaron los cielos en distintas urbanizaciones de Venezuela (no hay nada que le guste más a los venezolanos que lanzar tiros al aire, cosa que no entiendo bien todavía). Lo que me asusta, me duele, me asquea es que, incautando esos equipos, me incautan la libertad.




jueves, octubre 02, 2003

Después de escribir el post anterior, recordé un instante mágico que viví con mi hermana, a pocos días del nacimiento del bebé.

Me intrigaba, como siempre lo ha hecho, lo difícil que resulta el proceso del embarazo. Y no sólo pensaba en los cambios físicos y emocionales que, por un período tan largo como 9 meses, sufre la madre. Lo que me intrigaba era cómo se sentía eso de conocer a una persona que habías tenido tanto tiempo dentro de ti, pero que nunca habías visto. ¡9 meses y nunca le habías visto la cara!

Mi hermana, conmovida, me dijo que, a pesar de nunca haber visto ese rostro, la primera vez que lo observabas era como si siempre lo hubieses conocido.

Y observar la cara de fascinación que tenían madre e hijo cuando se veían a los ojos era la prueba viviente de ese misterio de amor.

Ahora pienso en otro de los dulces misterios de amor que nunca antes entendí. Las madres, tías, abuelas,…, siempre te ven como un bebé aunque ya seas adulto. Me parecía tonto de su parte atarse a ese pasado donde uno era indefenso y chiquito, pensaba que eran cosas de vieja, y no lo entendía. ¿A que no adivinan? Esta anciana tía ve a su sobrino como un bebé, a pesar de sus 13 años. ¿Qué tal?



Este sábado mi sobrino cumple 13 años. Ya está más alto que yo, pero sigue con esa carita linda que tenía el día que nació.

Ese 4 de octubre yo tenía que entregar un trabajo de geografía en el colegio, estaba a 20 días de cumplir 14 años, y sentí una emoción nerviosa al saber que el bebé ya estaba en camino. Falté a clases, pero antes de ir a la clínica, fui al cole a entregar el trabajo que me aceptaron sin reparos, emocionadas como estaban las profesoras de ver que la venida de un niño al mundo era una fiesta familiar.

Y así fue: toda la familia se reunió a esperar la llegada de Santiago. Mi tía tejía tan pronto como podía la mantita del bebé, pidiéndole a mi hermana que no dejara salir al niño hasta que la cobija estuviera lista. Nunca la vi tejer tan rápido.

Santiago fue un bebé tranquilo y simpático, además de ser realmente hermoso. Tenía las pestañas más largas del mundo, aunque su esfuerzo por tener esas pestañotas lo hizo nacer sin cejas (cosa que siempre me causó gracia… le crecieron un mes después). No lloraba, tan sólo pujaba un poco para llamar la atención. Y le encantaba, sobre todo, que le dijeran que era lindo, que lo cargaran y abrazaran, y que lo mimaran.

El 4 de octubre, día de San Francisco de Asís, en Venezuela cae el “cordonazo de San Francisco” (a veces se adelanta, a veces se retrasa, pero siempre es por la misma época). Es una lluvia fuerte y castigadora, que a veces muestra su poder con electricidad y otros despliegues. Y ese día, el cordonazo fue fuerte… pero yo no lo recuerdo. Sólo me acuerdo de ese olor a recién nacido que, después de ese día en que vemos la luz, nunca más tenemos los humanos.

Ahora Santiago es grande y me da pena contarle estas cosas, pero no puedo dejar de pensar en ellas. Por eso las escribo.



miércoles, octubre 01, 2003

Hace una semana, mientras trabajaba en la oficinita de mi casa, escuché un rumor de tambores, un ritmo encantador que entraba por mi ventana… ¡eran gaitas!

A dos edificios del mío hay un colegio y, dado el hecho de que ya empezaron las clases, creo que esa noche decidieron hacer las pruebas de selección para el grupo de gaitas de este diciembre.

A pesar de que tengo mis propios gustos musicales (en los que la gaita no puntea las encuestas), debo reconocer que hay cosas que tolero bastante bien porque representan tradiciones. No sé si me gustaría demasiado escuchar tambores y furros de fondo todo el año, pero justo ahora, me encanta que estén allí para anunciarme la navidad.

Y no es que las gaitas de colegio sean las más tradicionales: cada año los escuadrones de baile se esmeran por conseguir uniformes a la moda, casi todos muy “internacionales” y con un toque de sensualidad (y no lo critico: la belleza de las chicas de 16-18 hay que mostrarla).

Tampoco es que las gaitas de colegio me fascinen por recordarme mis año mozos: no pertenecí al grupo de gaitas del mío, era de esas nerds que editaban el periódico escolar a lo Lisa Simpson.

Y tampoco puedo decir que mi fiesta favorita sea la navidad… para mí es linda cualquier ocasión siempre que se pueda estar con los seres queridos.

Pero sí, me gustan las gaitas en diciembre. Me refrescan la sangre, lo que me recuerda de dónde vengo. Me aviva el sentimiento de pertenencia a esta tierra. Me recuerda esa época colegial en la que, a pesar de que las chicas que hacían las coreografías y cantaban no eran mis amigas, ellas representaban mi colegio, y verlas lucirse en la tarima de un festival era un orgullo para mí.

Es raro, pero a pesar de las vocalistas tan desafinadas que audicionaron esa noche, terminé de trabajar con una sonrisa en el rostro.



martes, septiembre 30, 2003

En mi compañía de cable trabajan arduamente para hacerme la vida miserable. Bueno, no sólo a esta servidora… mientras más clientes insatisfechos tengan, para ellos el orgullo es más grande. Explican que el equinoccio de otoño interfiere con la señal del satélite y hace que se caiga audio y video por 6 minutos aprox., así que ellos decidieron evitar esos cortes momentáneos eliminando el servicio por completo durante un día entero.

Ok, me salió un día de televisión abierta, y justamente en época de estreno de telenovelas. Eso, aunque suene patético, es bueno. Es una época glamorosa, de bombos y platillos, de mostrar lo mejor que tienen para atrapar a la audiencia, así que, dentro de mi tragedia por falta de cable, tengo una especie de consuelo.

Es simpática la forma en la que se estrena una novela en Latinoamérica. No importa su temática, el talento comprometido o los escenarios, siempre oímos decir que “esta historia romperá esquemas, es una historia muy fuerte, no es la clásica historia de amor donde hay una niña rica y un niño pobre o viceversa, será todo un éxito”. Y no se quedan sin tratar de convencernos de que ha sido grabada en los más exóticos escenarios naturales o en los más excitantes espacios urbanos o en las ciudades más importantes del mundo. Ahhh, y los villanos son modernos, no son malos malosos sino seres multidimensionales y actuales (¿sería mucho pedir que modernizaran el nombre y ya no les dijeran “villanos”) que, en el fondo, no son malos sino decididos y algo caprichosos, y nunca cejan en su intento por conseguir lo que quieren (que, por supuesto, es el amor de uno de los protagonistas). Prometen, juran y perjuran que la historia será profunda, distinta, fresca. Los escritores son talentosísimos y no cederán a las presiones ni desvirtuarán el mensaje inicial de esta interesante trama.

Me encanta porque son muy cínicos en las ruedas de prensa, cuando declaran que los actores son todos increíblemente buenos, que la inversión en ambientación no tiene precedentes en la historia de la telenovela y que el equipo está muy compenetrado, que son una gran familia.

El morbo me lleva a ver los estrenos, pero es una historia tan predecible que no les voy a contar lo que pasa.

Yo espero que algún día exista un estreno honesto. Creo que ese día me comprometeré a ver esa telenovela, aunque sea de vez en cuando. Sería divertido leer en la prensa una entrevista que diga:

“- Bueno, esta telenovela no es novedosa. Nos apegaremos a la fórmula tradicional, con una historia de amor imposible que terminará en final feliz. Eso es lo que le gusta a la gente y nosotros queremos aumentar nuestra audiencia.
-¿Y los escenarios?
- La telenovela será totalmente grabada en estudio a partir del quinto capítulo. Los primeros episodios los haremos en exteriores, quizá una playa o la selva, pero el resto de los capítulos se ambientarán en nuestros estudios. No pretendemos cambiar el mundo. Tan sólo queremos generar una primera impresión favorable y luego nos dedicaremos a explotar nuestra utilería.
- ¿Qué nos pueden decir de los protagonistas?
- Que cobran muy caro porque son jóvenes que están de moda. Son atractivos y la gente quiere ver gente bonita, así que estamos haciendo el esfuerzo por tenerlos en pantalla. Claro, que como les tuvimos que pagar clases de actuación, gimnasios y dietas, además de su altosalario, el resto del elenco deja mucho qué desear. Esperamos, eso sí, que los nuevos aprendan un poquito de actuación a medida que avance la trama, pero por los momentos no son muy buenos. Si todo el talento de esta telenovela fuera excelente, se nos iría el presupuesto sólo en actores.
- ¿Y los villanos? Porque debe haber algún villano que dificulte la trama…
- Por supuesto. Si no hay malos, no se nota que los protagonistas son los buenos. Los villanos son muy malos, tratamos de hacerlos clásicos, con tics, mañas, dándoles un toque de humor y eso sí: todos son ricos. Un villano pobre no tiene poder, y lo importante del malo de la novela es que tenga la capacidad de retrasar la consecución de las metas de los protagonistas. Si no fuera por ellos, las novelas durarían tan sólo un par de meses.
- Ustedes cuentan con un elenco muy extenso, ¿cómo es la química del equipo?
- Terrible. Todos los actores secundarios envidian a los protagonistas y viven haciéndoles maldades: cortan su vestuario, irrumpen en sus camerinos y les hacen bromas pesadas, untan miel en su ropa interior.. todo un desastre. Y los actores viejos, como siempre, son muy creídos, tratando siempre de enseñarle cosas a los nuevos sin que nadie se los haya pedido… odian pensar que ya no están viviendo sus años de gloria. Eso sin contar con las exigencias de los protagonistas: tanta fama los ha puesto un poco malcriados. Pero, ¿qué se hace? Todo sea por aumentar la audiencia del canal”.

Y es que, en el fondo, las telenovelas de verdad, son así. No importa que comiencen con un despliegue de efectos y actuaciones estelares, al final, todas terminan siendo la misma telenovela.

Yo, por mi parte, me quedaré con la impresión que tengo de los estrenos que recientemente pude ver. Trataré de no ver ni un solo capítulo de esas telenovelas hasta que acaben, sería perder el tiempo porque sé cómo van a terminar. Gracias a Dios no tendré que hacer un esfuerzo mayúsculo, pues mi compañía de cable revivió…



lunes, septiembre 29, 2003

Me da tanta rabia que se me pierdan las cosas... no soy de esas que se quedan tranquilas, apostando a que la falta de angustia haga aparecer el objeto perdido. No, soy de las otras. De esas personas que le echan la culpa al duende que hay en la casa o al perro que se come las cosas. No me verán decir que pongo las cosas en sitios raros y después los olvido. Tan valiente no soy.

El hecho es que no me gusta que se me pierdan los documentos, ni las galletas, pero si hay algo que me resulta insoportable perder es una palabra.

"¿Cómo se dice?" y "¿Qué era lo que iba a decir?" son dos frases que digo con rabia y que inauguran momentos de desesperación en busca de la palabra perdida. No puedo pensar en nada más hasta que aparezca la palabra. No me concentro en otra cosa.

Lo mismo me pasa con el tiempo.

Lo mismo me pasa con todo.


Comer no es social

No pocas veces me siento extraña en el mundo. Y no es que tenga una actitud contestataria, ni que sea una militante de algún partido político en especial, o miembro de una secta (satánica o no). No. Se trata, sencillamente, de sensibilidad ante ciertos factores.

Me afectan, especialmente, los rigores de la sociedad que, en su afán por mantener un status y un probado poder, se olvida de evolucionar y nos sigue aplicando normas absurdas que ya deberían ser caducas. Y ojo: no hablo de la dominación del mundo, Pinky: hablo de los modales, de los usos y costumbres, de las pequeñas normas de convivencia a través de las cuales nos relacionamos con los otros.

Por ejemplo, me parece sumamente espeluznante la costumbre de comer en grupo. Y no me refiero a comer en familia o con los amigos, hablo de las comidas para socializar.

Salir a comer con desconocidos siempre es un riesgo. A mí me crispa ver a la gente goteando salsa, o sorbiendo la sopa sonoramente, o agarrando la cuchara como si fuera una pala.

Entiendo que, por lo menos en los trabajos, uno trata de establecer relaciones con los compañeros y las horas de almuerzo son de las pocas que se tienen para hacerlo, pero nadie puede negar que es un riesgo.

En el caso de las citas, me resulta útil la prueba de la comida ya que, de una vez vas examinando los modales del candidato y lo vas anotando en tu lista de pros y contras. Pero no puedo negar que el romance puede venirse a pique si tu pareja te habla con la boca llena…aunque te diga palabras de amor.

He visto escenas dantescas en los restaurantes más finos de Caracas. He visto chicas con la boca pequeñita tratando de engullir por entero un roll, y luchando por mantener la elegancia en una sesión de sushi. No olvido las cómicas situaciones donde los niños bien de la ciudad se manchan hasta las medias comiendo costillitas BBQ. Y qué decir de la comida rápida, que tan propensa está a darnos horas de diversión al mostrar los más oscuros modales de los comensales.

Una amiga de mi hermana contaba que su tía era una de esas viejas dignas y elegantes venidas a menos que, a pesar de la pobreza, quería mantener el status y destacarse como toda una dama en la mesa. Al cumplir los 10 años, esta amiga tuvo que pasar “la prueba” de su tía: una comida entera llena de platos difíciles de comer. Desde scargots hasta alcachofas, postres que retaban toda lógica y sorbetes de limón entre platos para limpiar el paladar, y la pobre niña de 10 años temblaba pensando en sus codos, en los cubiertos, en el uso de la servilleta, y en el hambre que tenía.

Y me resulta curiosa la anécdota, pero más que nada, me resulta lógica: la señora había disfrutado de la gloria de tiempos mejores y, en aquellas circunstancias, comer con elegancia era un “must”.

Hoy en día son pocas las personas que sirven de almuerzos caracoles, o que separan sus platos con sorbetes de limón o guanábana, o que usan entera su vajilla búlgara de 160 piezas en una sola comida. De manera tal que pocas son las personas que han sido entrenadas para esto. Así, podemos suponer que hay millones de desviaciones de la etiqueta, puesto que ha caído en un estrepitoso desuso como consecuencia del no menos estrepitoso desastre económico en el que ha caído el mundo, con todo y sus horrendas consecuencias sociales.

Esto, es otras palabras, nos muestra varias razones por las cuales la gente pudiera comer mal:

1. No tienen la costumbre de comer. Y no es por falta de hambre, es por falta de alimentos. Cada día hay menos gente en el mundo que tiene los medios para procurarse el sustento y, dada la falta de costumbre, no saben cómo comer.


2. Llegó la tv: desde la llegada de la televisión, muchas fueran las familias que abandonaron el comedor de la casa para hacer desayunos, almuerzos y cenas frente a la caja boba. No sólo se pierden los buenos modales sino también la comunicación en la familia y, por ende, también genera otros problemas a largo plazo.


3. Sus padres no los enseñaron a comer: ya sea porque fueron criadas por la “servidumbre” (Qué oligarca me siento al escribir esto), o porque los padres las dejaban solas, hay personas que aprendieron los hábitos de otra gente distinta a papá y mamá. Conozco casos de gente muy refinada que siempre comió en la cocina, con la nana, y que hoy en día come pollo de una manera atroz.


4. Sus padres tampoco sabían de etiqueta. No hay por qué culparlos, puede pasar. Hay gente que viene de un pasado de miseria y que no tuvo la fortuna de recibir una educación un poco más pulida.


5. Muchos etcéteras.

Como este post se está alargando mucho, quisiera resumir: no me gusta comer con desconocidos. Me pone nerviosa que coman peor que yo, y más nerviosa me pone que coman mejor que yo (sé lo horrible que es comer con un troglodita, y odio ser la que represente ese rol).

La mayoría de mis amigos tiene una educación similar a la mía y sus modales son bastante parecidos, así que en la mayoría de los casos disfruto comiendo con ellos. Igual pasa en familia (con casi todas las ramas de mi familia, aunque hay deshonrosas excepciones, debo reconocer). Pero ese asunto de intimar de golpe y porrazo con alguien de cuya educación casera sé poco o dudo bastante, me causa estrés.

Lo curioso es que siempre he sentido esto, no es alguna manía que he desarrollado con los años. Y he descubierto que hay gente a la que también le pasa, no soy la única. Según una amiga anoréxica, esto responde a cierta represión y sentimiento de gordura, parece que ver la comida como algo íntimo no es natural y es síntoma de que soy una anoréxica potencial. No lo he discutido a fondo con ella, no quiero hacerle sentir que desperdició el dinero con un terapeuta neurótico, pero sigo sintiendo que hay cosas íntimas que, a pesar de los naturales, no pueden servir como excusa para socializar. O sea, es natural orinar y defecar, pero nunca hará una fiesta para que todos lo hiciéramos en grupo. Ni siquiera mi esposo pudiera culparme si cierro la puerta del baño porque, a pesar de la confianza y de que es un acto natural, es íntimo.

Comer, para mí, es más o menos así. Bocas abiertas mostrando el bolo alimenticio, manos sucias, peleas con la carne, cubiertos mal agarrados, alimentos tomados incorrectamente (entiendan: no todo puede agarrarse con la mano, y menos si la tienes sucia) y asuntos similares, sólo deberían mostrarse a tus seres más queridos y cercanos… sólo ellos pueden compartir esos modales, o entenderlos, o hasta, piadosamente, perdonarlos.



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