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miércoles, noviembre 19, 2003

Tengo un tiempo sin carro pues una fallita mínima y la falta de mecánico confiable, me hicieron perder la costumbre de usarlo todos los días hasta que se quedó sin batería. Por mi flojera ahora no tengo batería y tengo la misma fallita de antes.

Bueno, el caso es que, cada vez que manejo, pienso en la maternidad. Sé que no es la asociación más lógica, pero pienso en que la mayoría de las personas que manejan tienen que llegar a la mayoría de edad y presentar un examen que demuestre que saben hacerlo, antes de obtener una licencia. Antes de presentar el examen, la gente es entrenada por alguien más, ya sea un familiar o el instructor de una academia. Son horas de aprendizaje, es dedicación, y una vez aprendidos los rudimentos y obtenida la licencia, uno mantiene la cautela los primeros meses, evitando rutas peligrosas o largas, y tratando de no quedarse hasta muy tarde en la calle. Manejar requiere de conocimientos, definitivamente, pero en el fondo son conocimientos básicos, repetitivos y que con la práctica se pulen. Es decir, no es tan difícil, y sin embargo la gente presta atención a su preparación.

Con la maternidad no es así. Menos aún con la paternidad. Nadie te pide una licencia para ser padre, nadie piensa siquiera en pedir asesoría o adiestramiento. La edad no es limitativa, pues cualquier muchachita hoy en día tiene 2 y 3 hijos, sin haber llegado a los 18. De hecho, muchos de los que traen niños al mundo, ni siquiera lo planifican, ni tampoco asumen la responsabilidad después de que nacen.

Dicen que esto se debe a la pobreza, a los bajos niveles de instrucción, al hambre, a la desintegración de la sociedad. No sé a qué se debe, lo que sé es que no me gusta.

De alguna manera las personas con mayores niveles de instrucción tienden a planificar mejor su familia y a prepararse, pero las excepciones son tan frecuentes que temo que, en breve, en todos los estratos de la sociedad, la paternidad responsable sea un mito.

Hace días supe de una señora acomodada con la que tuve el infortunio de trabajar. Ella había salido embarazada y eso fue lo último que oí. Pues bien, me enteré de que vivió el embarazo y el parto, y a partir de ese momento asumió que ya su labor había concluido: contrató a una señora para que le cuide al niño y se lavó las manos. De hecho, siguió haciendo los frecuentes viajes que implica su trabajo, aun pudiendo delegarlos en personal de confianza. Ella disfruta viajar y desconectarse, y creo que ahora más, porque así se desentiende del animalito ese que parió. Hasta se fue a un seminario de yoga en NYC por una semana… justo la semana en la que su bebé cumplía su primer añito. En la oficina alguien le preguntó: “Ay, ¿pero no te da como “cosita”? Es el cumpleaños de tu bebé, el primero, no cualquiera…” Su respuesta fue: “Tranquila, que cuando aprenda a caminar le hago una piñata. Ahorita no tiene mucho sentido.”

Me cuentan que es terrible cuando ella lleva al niño a la oficina. Apenas llega, le suelta la manito, lo sienta en la primera silla que encuentra y lo deja ahí. Acto seguido entra en su oficina y se atrinchera, a puerta cerrada, para seguir con su jornada. A veces hasta dice: “¿Tú crees que alguien me lo cuide? Ojalá alguien se haga cargo de él”.

Y no hablo de sobreproteger a los niños, menos aún de criarlos dentro de una burbuja… hablo de quererlos. Cuando hay amor hay entrega y responsabilidad, hay sacrificio, hay millones de cosas que hoy en día escasean.

El hecho es que, debería ser más difícil eso de tener hijos. No digo criarlos, que en sí es un trabajo difícil y que nunca acaba… digo traer niños al mundo. Una vez leí en un libro que el coito debía ser sumamente doloroso y el parto placentero, para que concebir a un niño fuera un acto de amor desde el principio. Empiezo a creer que es una idea hermosa y que resolvería muchos de los problemas en el mundo.

Pero no es tan fácil como decir: ok, naturaleza, vamos a hacer unos ajustes y ponemos al sexo como algo desagradable, para que la gente no abuse y sólo lo use para procrear… y el parto lo hacemos divino, para que la madre se entregue a esa felicidad desde el principio. De hecho, podemos extender el bienestar físico al padre, para que toda la familia quede marcada por ese instante de placer.

No, fácil no es. Ni tampoco es fácil imponer un examen de suficiencia, pues implicaría la intervención humana (o del Estado, etc.) y caeríamos otra vez en las trampas de nuestra propia naturaleza.

En fin, cosas que uno piensa mientras maneja…



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