miércoles, noviembre 26, 2003

En estos días he visto un sitio, camino a mi casa, que ofrece clases de yoga. Lo pienso a cada rato y, optimista como me pongo a veces, pienso que un día de estos voy y me inscribo.
Hasta me he sorprendido revisando mi ropa, para encontrar algún atuendo adecuado: sí, esto es flojito, perfecto. Pero no, no es tan fácil.
Hoy, cuando paseaba al perro, me di cuenta de que no puedo hacerlo. Y es que el paseo fue de apenas unas 4 cuadras, nada forzado, y aquí llegamos los dos con la lengua afuera. Claro, también hay que considerar que el sol y el calor no ayudan, pero igual estamos hechos un trapo.
La cosa es que, a pesar de mi buena disposición, el sitio del yoga queda como a 10 cuadras de mi casa, y si pretendo irme caminando, llegaría tan cansada que no podría tomar una clase ni siquiera de crochet. Y eso sin contar que tendría que devolverme de nuevo, las mismas 10 cuadras, pero después de la clase.
¿Seré tan floja el resto de mi vida, o en algún momento me convertiré en una persona normal?