<$BlogRSDUrl$>

martes, noviembre 04, 2003

SE BUSCA

Cuando el Niño Jesús me trajo aquella bicicleta roja, me moría de la emoción. Me parece fantástico ese invento, unisex y poderoso, de la bicicleta.

Pero cuando le quitaron las rueditas laterales, la bicicleta cambió para mí: me producía inseguridad y angustia. No podía mantener el equilibrio sobre dos ruedas, y esa inestabilidad me producía pánico.

Mi familia, como buena familia, intentó enseñarme a montarla. Me llevaron a Los Próceres, ese paseo inmenso de Caracas en el que, años atrás, era una delicia pasear en familia. El sitio estaba lleno de turistas atemorizados al oír mis gritos.

Claro, es que en principio, mis hermanas aguantaban la bicicleta por detrás, brindando todo el equilibrio que necesitaba para recordar mis rueditas y sentirme segura. Cuando me descuidaba, me soltaban y me dejaban pedalear sola, sin que yo lo supiera. Pero cuando me volteaba y me veía sin apoyo, invariablemente me caía y me ponía a dar gritos de pánico:

- Me quieren mataaaaaaar…

Y mis hermanas respondían:

- Tranquila, del suelo no pasas.

Y yo:

- Claro que sí, me voy a moriiiiir….

Todo un drama.

Debido a ese episodio nunca aprendí a manejar bici. Ahora, cuando veo a los ciclistas caraqueños pasearse por las grandes avenidas los fines de semana, o a los patinadores manteniendo un equilibrio lleno de gracia, siento que me he perdido de algo.

Y culpo, en gran medida, a mi profesora de educación física. Ella me hizo temerle a los deportes, me hizo pensar que los juegos no eran divertidos, que todo era competencia a muerte y que mi torpeza sería castigada con malas calificaciones. Ella, la que me hacía sentir poca cosa en clase de gimnasia, cuando yo mostraba mi incapacidad para emular la difícil rutina gimnástica de una compañera que tenía 8 años de clases particulares y la elasticidad propia de la plastilina. Ella, la profesora de educación física que me quiso convencer que, por no aprender el saque del voleibol, mi vida sería gris. Afortunadamente se equivocó, pero desgraciadamente, el trauma me alejó de la alegría ciclística.

A los ciclistas los veo en las calles, sudando debajo del casco, fortaleciendo muslos y posaderas, recorriendo el mundo, impulsando ese bello invento con su propia fuerza… y en el fondo siento un dolorcito envidioso.

Por eso, hago del conocimiento público que ando cazando a mi profesora de educación física para reclamarle: “Se busca VIVA o MUERTA a Yazmín, una morenita con el cabello teñido de rubio, dientes volados y cara de perro”. Si alguien la ve antes que yo, patéela de mi parte.



This page is powered by Blogger. Isn't yours?