jueves, noviembre 20, 2003
La privacidad en los weblogs
Leyendo el home de Blogger (cosa que casi nunca hago) me encontré con el tragicómico asunto de un treintañero que estaba horrorizado porque su madre había descubierto su blog.
No pude dejar de pensar en las primeras preguntas que Fran me hacía cuando apenas empezaba en la blogósfera acerca de la privacidad, de la intimidad, de la seguridad, de lo delicado que era hablar de la vida privada, de los asuntos álgidos, de esas cosas que necesitas descargar pero que nunca le contarías a nadie. Ya sabemos el pequeño problema que se suscitó en su propia vida cuando algunas de esas cosas llegaron a ser leídas y malinterpretadas.
No lo sé, no soy una autoridad en la materia (en la materia bloguística ni en la de la privacidad), pero mi humilde opinión (y mi forma de actuar se apega a ella) es que, cuando no quieres que alguien se entere de algo, no debes publicarlo en la web. De hecho, si algo no debe ser divulgado no debe ser escrito.
Cuentan que en Eleusis, Grecia, se celebraban unas secretas ceremonias a las que todos los griegos debían asistir, por lo menos, una vez en la vida. Los misterios eleusinos habían sido instituido por los dioses, como regalo a los hombres para quitarles el miedo a la mortalidad. En ellos se hablaba, al parecer, de la muerte. Para un dios no había secretos pues habían estado siempre, conocían pasado, presente y futuro, y nada esperaban ni nada temían. Pero sabían que los hombres siempre vivían a la expectativa ante esa incertidumbre mortal. Demeter pensó en hacerles este maravilloso regalo, bajo la condición de que nunca lo revelaran.
Se castigaba a los excéntricos que hacían parodias de los misterios, se castigaba a quienes pronunciaban palabra acerca de ellos, se castigaba a quienes escribían sobre estos ritos, pues lo que se escribe, de alguna manera, es susceptible a ser divulgado y a perdurar.
Publicar en web, a pesar de lo fácil que resulta, es casi tan poderoso como publicar en un periódico, en televisión, en radio: expones lo publicado ante cualquiera que tenga acceso a la red. No puedes quejarte luego de violación a la privacidad: tú lo hiciste público.
Y es que olvídense: todos tenemos una curiosidad insaciable y, ante la posibilidad de conocer los pensamientos de otros, siempre nos sentimos tentados. De ahí nace el chisme, las grabaciones, los programas de E!, el rumor, la pasión por las autobiografías.
Yo misma, que suelo respetar esas cosas, he leído cartas personales que encuentro en los closets de mi casa. También soy culpable de comprar el diario de una persona famosa o las cartas que intercambió con un amor prohibido, asumiendo que eso no es fisgonear pues lo ha publicado una editorial de renombre. Pero es excusa: soy, como todo el mundo, curiosa.
Muchas veces, estas informaciones parciales y fuera de contexto, nos llevan a hacer juicios errados de los demás, lo sé, pero aplicarle teorías morales y éticas no sirve de nada cuando esos juicios se seguirán haciendo de manera privada.
Mi consejo: si no quieren que se sepa, no lo digan, no lo escriban… ¡y menos aun lo publiquen en web!
Leyendo el home de Blogger (cosa que casi nunca hago) me encontré con el tragicómico asunto de un treintañero que estaba horrorizado porque su madre había descubierto su blog.
No pude dejar de pensar en las primeras preguntas que Fran me hacía cuando apenas empezaba en la blogósfera acerca de la privacidad, de la intimidad, de la seguridad, de lo delicado que era hablar de la vida privada, de los asuntos álgidos, de esas cosas que necesitas descargar pero que nunca le contarías a nadie. Ya sabemos el pequeño problema que se suscitó en su propia vida cuando algunas de esas cosas llegaron a ser leídas y malinterpretadas.
No lo sé, no soy una autoridad en la materia (en la materia bloguística ni en la de la privacidad), pero mi humilde opinión (y mi forma de actuar se apega a ella) es que, cuando no quieres que alguien se entere de algo, no debes publicarlo en la web. De hecho, si algo no debe ser divulgado no debe ser escrito.
Cuentan que en Eleusis, Grecia, se celebraban unas secretas ceremonias a las que todos los griegos debían asistir, por lo menos, una vez en la vida. Los misterios eleusinos habían sido instituido por los dioses, como regalo a los hombres para quitarles el miedo a la mortalidad. En ellos se hablaba, al parecer, de la muerte. Para un dios no había secretos pues habían estado siempre, conocían pasado, presente y futuro, y nada esperaban ni nada temían. Pero sabían que los hombres siempre vivían a la expectativa ante esa incertidumbre mortal. Demeter pensó en hacerles este maravilloso regalo, bajo la condición de que nunca lo revelaran.
Se castigaba a los excéntricos que hacían parodias de los misterios, se castigaba a quienes pronunciaban palabra acerca de ellos, se castigaba a quienes escribían sobre estos ritos, pues lo que se escribe, de alguna manera, es susceptible a ser divulgado y a perdurar.
Publicar en web, a pesar de lo fácil que resulta, es casi tan poderoso como publicar en un periódico, en televisión, en radio: expones lo publicado ante cualquiera que tenga acceso a la red. No puedes quejarte luego de violación a la privacidad: tú lo hiciste público.
Y es que olvídense: todos tenemos una curiosidad insaciable y, ante la posibilidad de conocer los pensamientos de otros, siempre nos sentimos tentados. De ahí nace el chisme, las grabaciones, los programas de E!, el rumor, la pasión por las autobiografías.
Yo misma, que suelo respetar esas cosas, he leído cartas personales que encuentro en los closets de mi casa. También soy culpable de comprar el diario de una persona famosa o las cartas que intercambió con un amor prohibido, asumiendo que eso no es fisgonear pues lo ha publicado una editorial de renombre. Pero es excusa: soy, como todo el mundo, curiosa.
Muchas veces, estas informaciones parciales y fuera de contexto, nos llevan a hacer juicios errados de los demás, lo sé, pero aplicarle teorías morales y éticas no sirve de nada cuando esos juicios se seguirán haciendo de manera privada.
Mi consejo: si no quieren que se sepa, no lo digan, no lo escriban… ¡y menos aun lo publiquen en web!