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miércoles, octubre 15, 2003

Sólo vale si lo hace un ingeniero

(viene del anterior)

Hay un grupo de ingenieros que se siente la raza elegida. Para ellos la ingeniería es la base, y cada especialidad va sumando o restando grados de importancia y valía profesional (uno me dijo una vez: ah, pero es ingeniero civil… eso es cualquier cosa, de eso se gradúa CUALQUIERA).

Quiero aclarar que no hablo de todos los ingenieros, pero sí de un grupo. Por ejemplo, uno de mis jefes es ingeniero y él me trata como si yo fuera idiota por dos razones que le resultan muy lógicas: no estudié ingeniería y soy mujer. Un poco retrógrado su pensamiento, a pesar de apenas bordear los 30 años.

Manejando estadísticas de ingreso y egreso de la educación superior, él me apostó que Ingeniería sería la carrera con más aspirantes y graduados, siendo la mayoría de ellos, hombres. Lo odié por ponerme a copiar esas estadísticas de un libro que había que leer con lupa, sobre todo porque odio vaciar datos en hojas de Excel, pero sentí una satisfacción infantil cuando le pude mostrar los resultados: había tres carreras por encima de Ingeniería (una de ellas Comunicación Social), y el porcentaje de mujeres en las universidades era mayor o igual al de hombres, incluso en carreras técnicas y científicas. Por supuesto, mi jefe concluyó que esas estadísticas estaban equivocadas, y que no tenía sentido usarlas (ajá, un día entero de transcribir datos echado al caño).

Mi suegra, por ejemplo, siempre me pregunta con su tono de ingeniero mecánico: “¿por fin conseguiste trabajo?” Y eso lo hace cada vez que me ve (o sea, cada 5 ó 6 días), sabiendo que tengo casi tres años trabajando en Internet. Para ella, eso no es un trabajo real. ¿Acaso manejo números? ¿Superviso obras? ¿Hago mediciones? ¿Es que acaso “escribir” es un trabajo de verdad? Y no lo hace con malicia, pero lo hace.

Otro de mis jefes (no se imaginan la cantidad de gente para la cual trabajo), nunca está de acuerdo conmigo. Sus frases preferidas son: “Permíteme disentir”, “Difiero de lo que piensas” y “Carajita, ahí estás equivocada”. Su argumento base para cualquier discusión es: “Creo que te doblo la edad, y cuando tú tenías un añito, yo me estaba graduando de Ingeniero (imagino que en mayúsculas)”.

Este señor trabaja en el área de ventas, y maneja nociones de mercadeo para ello. Lo positivo es que aplica sentido común y obtiene buenos resultados, pero si se te ocurre felicitarlo por los logros, “difiere”. Me dijo: “No me gusta meterme a médico brujo sin conocer las hierbas”. “Buenísimo”, pensé, “este respeta mi trabajo”. Pero no. Resulta que para él el mercadeo es una cosa sencilla que la puede hacer hasta un mono amaestrado, así que, a pesar de que él sabe que no sabe nada (y a pesar de que se supone que yo sí tengo conocimientos debido a mi profesión), él siempre difiere, disiente, está en desacuerdo, piensa que estoy equivocada y, obviamente, es el único que sabe la verdad… porque es Ingeniero.

Pero no todos son así, gracias a Dios. Mi otro jefe (socio del primero) es un hombre excepcional. Para él su profesión es una herramienta tan valiosa como la mía. Reconoce que él no tiene las habilidades para hacerlo que yo hago, y le gusta desarrollar trabajos en equipo, aunando esfuerzos y conocimientos.

También tengo amigos ingenieros que me ayudan, sin menoscabo de mi autoestima profesional. Son personas normales que saben que, sencillamente, trabajan en un área distinta. No son más ni menos.

Pero aquella raza, la de los “creídos”, para mí, es la raza proscrita.



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