miércoles, octubre 29, 2003
Mis amigos
Mis amigos son grandes amores. Los llevo en el alma a pesar de la distancia. Mis amigos me dan fuerza. Mis amigos me hacen vivir cosas que nunca hubiera imaginado. Son mis cómplices y confidentes.
Escribo esto no para recordármelo ni para hacer un manifiesto público, y mucho menos para justificarme por no visitarlos tanto como debería. Lo hago, si acaso, para hacerles un homenaje.
No sé si todos los que me leen son mis amigos. Supongo que habrá enemigos y desconocidos espiando este rinconcito en la web, la Internet es grande y abierta.
Cuando a un amigo le duele algo, a mí me duele también. Y quizá no se entienda claramente esta idea pero, aun cuando no puedo heredar o contagiarme de su enfermedad de cuerpo o alma, me duele no poder hacer nada por un amigo que sufre.
No sé si yo sea una buena amiga, pero Dios sabe que trato de serlo. Por eso no entiendo a quienes traicionan una amistad, o a quienes se aprovechan de un amigo. Es algo que no se me da.
Las cosas cambian. Lamentablemente estos cambios también afectan las amistades. Uno quisiera pensar que no, pero pasa. Pero por dentro, en el corazón, las cosas que han quedado tatuadas (con amor o con dolor) permanecen inalterables.
Desde allí, pues, les envío a todos mis amigos un gran abrazo. Y a ustedes, lectores, los invito a dedicarles un minuto a sus amigos.
Mis amigos son grandes amores. Los llevo en el alma a pesar de la distancia. Mis amigos me dan fuerza. Mis amigos me hacen vivir cosas que nunca hubiera imaginado. Son mis cómplices y confidentes.
Escribo esto no para recordármelo ni para hacer un manifiesto público, y mucho menos para justificarme por no visitarlos tanto como debería. Lo hago, si acaso, para hacerles un homenaje.
No sé si todos los que me leen son mis amigos. Supongo que habrá enemigos y desconocidos espiando este rinconcito en la web, la Internet es grande y abierta.
Cuando a un amigo le duele algo, a mí me duele también. Y quizá no se entienda claramente esta idea pero, aun cuando no puedo heredar o contagiarme de su enfermedad de cuerpo o alma, me duele no poder hacer nada por un amigo que sufre.
No sé si yo sea una buena amiga, pero Dios sabe que trato de serlo. Por eso no entiendo a quienes traicionan una amistad, o a quienes se aprovechan de un amigo. Es algo que no se me da.
Las cosas cambian. Lamentablemente estos cambios también afectan las amistades. Uno quisiera pensar que no, pero pasa. Pero por dentro, en el corazón, las cosas que han quedado tatuadas (con amor o con dolor) permanecen inalterables.
Desde allí, pues, les envío a todos mis amigos un gran abrazo. Y a ustedes, lectores, los invito a dedicarles un minuto a sus amigos.