jueves, octubre 16, 2003
Los diseñadores
(segundo de la serie)
Desde que comencé a trabajar, lo he estado haciendo al lado de diseñadores gráficos. Cuando trabajaba en el Departamento de Prensa de un canal de televisión abierta, todos los días me tocaba atravesar el canal para llegar al microscópico espacio del diseñador, para pedirle las pantallas de efemérides, los stills de las noticias, la infografía animada para el programa del periodista estrella, el retoque de la foto.
Ya en el Departamento de Promociones de un canal de cable, el trabajo era más directo: conceptualizaba, escribía la promo y, conjuntamente, debía pedirle al diseñador que fuera abriendo su archivito de After Effects para complementar el comercial de Dawson’s Creek, o Dilbert. Allí aprendí que muchas cosas son posibles, aprendí el significado de un error a mitad del render, y comprendí mucho mejor en qué consiste el trabajo del diseñador.
A pesar de esta cercanía, no sentí el impulso de estudiar diseño porque era la carrera de moda. Muchos de mis compañeros de estudio pensaron que, apenas recibieran el título, aplicarían para estudiar diseño gráfico. Ninguno lo ha hecho todavía, de hecho, ni siquiera saben usar Photoshop sin pedir ayuda. Yo asumí, responsablemente, que no tengo la habilidad.
De todos mis compañeros, los diseñadores han sido los más abiertos y profesionales. Pocos son los que se ha puesto necios, y casi siempre se debe a su ego artístico. Odio cuando encuentro a uno de esos que olvida que su trabajo es utilitario, que no se trata de una obra de arte autónoma. Tampoco me gustan los que no se integran, proponiendo que el diseño debe ser el plato fuerte del trabajo.
Una vez, haciendo una página web, el diseñador me hizo resumir los dos párrafos que escribí porque sino él no podría incluir una ilustración que le gustaba mucho. “¿Pero es un hipergráfico, es el logo de la compañía?”. Y la respuesta fue: “No, es un dibujo que hice en mis ratos libres y que pienso que quedará muy bien”.
Tampoco me gusta cuando los diseñadores se niegan a adaptarse al proyecto. Yo entiendo que uno desarrolla un estilo, pero también entiendo que debe adecuarlo al producto en el que trabaja. No sería lógico que yo escribiera mis cuentos con el mismo estilo que un reportaje, o que hiciera un reportaje juvenil del mismo modo que un artículo de finanzas. Pero no. Algunos diseñadores “se casan” con una imagen, y pretenden copiarla en todos sus trabajos. Muchas peleas se han desatado por señalar que los bancos no pueden tener un diseño estilo manga, o que los sites juveniles no quedan bien con estilos corporativos.
Obviamente hay excepciones muy honorables. Gracias a Dios por ellas.
Diseñadores amigos y cómplices con los que, a pesar de acaloradas discusiones, termino negociando. Y al final del día, hasta tomando una cerveza.
(segundo de la serie)
Desde que comencé a trabajar, lo he estado haciendo al lado de diseñadores gráficos. Cuando trabajaba en el Departamento de Prensa de un canal de televisión abierta, todos los días me tocaba atravesar el canal para llegar al microscópico espacio del diseñador, para pedirle las pantallas de efemérides, los stills de las noticias, la infografía animada para el programa del periodista estrella, el retoque de la foto.
Ya en el Departamento de Promociones de un canal de cable, el trabajo era más directo: conceptualizaba, escribía la promo y, conjuntamente, debía pedirle al diseñador que fuera abriendo su archivito de After Effects para complementar el comercial de Dawson’s Creek, o Dilbert. Allí aprendí que muchas cosas son posibles, aprendí el significado de un error a mitad del render, y comprendí mucho mejor en qué consiste el trabajo del diseñador.
A pesar de esta cercanía, no sentí el impulso de estudiar diseño porque era la carrera de moda. Muchos de mis compañeros de estudio pensaron que, apenas recibieran el título, aplicarían para estudiar diseño gráfico. Ninguno lo ha hecho todavía, de hecho, ni siquiera saben usar Photoshop sin pedir ayuda. Yo asumí, responsablemente, que no tengo la habilidad.
De todos mis compañeros, los diseñadores han sido los más abiertos y profesionales. Pocos son los que se ha puesto necios, y casi siempre se debe a su ego artístico. Odio cuando encuentro a uno de esos que olvida que su trabajo es utilitario, que no se trata de una obra de arte autónoma. Tampoco me gustan los que no se integran, proponiendo que el diseño debe ser el plato fuerte del trabajo.
Una vez, haciendo una página web, el diseñador me hizo resumir los dos párrafos que escribí porque sino él no podría incluir una ilustración que le gustaba mucho. “¿Pero es un hipergráfico, es el logo de la compañía?”. Y la respuesta fue: “No, es un dibujo que hice en mis ratos libres y que pienso que quedará muy bien”.
Tampoco me gusta cuando los diseñadores se niegan a adaptarse al proyecto. Yo entiendo que uno desarrolla un estilo, pero también entiendo que debe adecuarlo al producto en el que trabaja. No sería lógico que yo escribiera mis cuentos con el mismo estilo que un reportaje, o que hiciera un reportaje juvenil del mismo modo que un artículo de finanzas. Pero no. Algunos diseñadores “se casan” con una imagen, y pretenden copiarla en todos sus trabajos. Muchas peleas se han desatado por señalar que los bancos no pueden tener un diseño estilo manga, o que los sites juveniles no quedan bien con estilos corporativos.
Obviamente hay excepciones muy honorables. Gracias a Dios por ellas.
Diseñadores amigos y cómplices con los que, a pesar de acaloradas discusiones, termino negociando. Y al final del día, hasta tomando una cerveza.