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lunes, octubre 27, 2003

Lloviendo sobre mojado

Ya comenté una vez que me parece importante que los padres piensen ben en el nombre que le pondrán a sus hijos, después de todo, ese poder denominador sellará la vida y personalidad del nuevo ser, además de que el nombre usualmente es algo que se lleva de por vida (no me hagan chistes acerca del programa de Protección al Testigo, que ya lo pensé).

Últimamente he visto en la calle muuuchos niñitos. Nuevas familias con infantes de todas clases y colores llenan los centros comerciales de la ciudad. De alguna manera, el presidente tiene responsabilidad. Y no hablo de los niños de la calle. Me refiero al hecho de que con sus largas cadenas televisivas ha empujado a muchas parejas a apagar la televisión (uno de los mejores anticonceptivos del mundo)... y aquí tenemos el resultado.

Lo cierto es que, como buena tía, tengo un imán para los niños. Me gustan y les gusto, eso no es un secreto. Me hablan, sonríen y juegan conmigo como si yo fuera una niñita también.

En estos días, un niño de 18 meses empezó a coquetearme. No hablo de sonrisas solamente: si hubiese sido mayor de edad seguramente me invitaba a salir. Sus ojos eran hermosos, su sonrisa luminosa, y su carácter, definitivamente, muy fuerte y bien formado para tan corta edad. Hasta puso mala cara al ver que ese inmenso hombre me abrazaba (no se esperaba que yo estuviera casada).

Qué sorpresa cuando oí a los padres llamarlo por su nombre: Zeus, mi amor, despídete de la muchacha.

Un caso de la vida real. Y no puede ser. Me niego a pensar que alguien use ese nombre en un ser vivo que no sea un perro.


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