martes, octubre 28, 2003
La noche del miedo
Anoche fuimos al cine. Me emocionaba la idea de ver en la pantalla la historia que leí hace años, en aquellas páginas nuevecitas y limpias, de mi libro recién comprado. Reconozco que no sabía quién era el tal Manuel Rivas cuando compré “El lápiz del carpintero”, así que me dejé llevar por el hecho de que el libro incluía un hermoso lápiz rojo de carpintero, el mismo de la portada, y ahora, el mismo de la película.
A pesar de que Luis y yo tenemos nuestras reservas frente al Centro Comercial al que fuimos, asistimos a él porque era la única sala cercana que proyectaba ese film del Festival de Cine Español. Pasamos una noche increíble.
Al llegar a casa, todo cambió. Siempre que salimos, entendiendo que nuestro perro es el ser más nervioso del mundo (siempre le ha tenido miedo a la oscuridad y a estar solo), lo dejamos encerrado en la cocina, junto a su camita, juguetes, agua y comida. En verdad no se trata de un encierro-castigo, sino, más bien, de limitar el espacio de su soledad. De eso y de evitar que se coma todas las cosas de madera y papel que encuentre en el resto de la casa.
Pero parece que la puerta de la cocina quedó mal cerrada y, tanto él como la gata, se apoderaron de la casa. Lamentablemente, el perro se comió un par de esas plaquitas anti-zancudos que habíamos comprado para usar en esta época de lluvias y mosquitos. Mi susto fue tan grande sabiendo que esos productos suelen ser tóxicos, que sólo pude buscar el empaque y leer las recomendaciones en caso de envenenamiento: tratamiento sintomático. ¿Qué cuernos es eso? Nunca lo he sabido, así que mi crisis de nervios empeoró y sólo me dediqué a preguntarle a Kotaru: ¿estás bien? ¿ah? ¿estás bien? Ahora que lo pienso, hubiese sido peor si hubiese contestado.
No tuve ánimo ni para ponerme brava. Pasé la noche en vela, pegada a la computadora o haciendo tonterías, para no darme cuenta de que en el fondo me moría de miedo al pensar que, si me dormía, el perro iba a enfermarse y al despertar lo encontraría muerto.
Mi esposo me cuenta que esta mañana el perrito estaba más avispado que nunca, o sea, sólo fue un susto. Momentos como este hacen que la maternidad me aterre.
Anoche fuimos al cine. Me emocionaba la idea de ver en la pantalla la historia que leí hace años, en aquellas páginas nuevecitas y limpias, de mi libro recién comprado. Reconozco que no sabía quién era el tal Manuel Rivas cuando compré “El lápiz del carpintero”, así que me dejé llevar por el hecho de que el libro incluía un hermoso lápiz rojo de carpintero, el mismo de la portada, y ahora, el mismo de la película.
A pesar de que Luis y yo tenemos nuestras reservas frente al Centro Comercial al que fuimos, asistimos a él porque era la única sala cercana que proyectaba ese film del Festival de Cine Español. Pasamos una noche increíble.
Al llegar a casa, todo cambió. Siempre que salimos, entendiendo que nuestro perro es el ser más nervioso del mundo (siempre le ha tenido miedo a la oscuridad y a estar solo), lo dejamos encerrado en la cocina, junto a su camita, juguetes, agua y comida. En verdad no se trata de un encierro-castigo, sino, más bien, de limitar el espacio de su soledad. De eso y de evitar que se coma todas las cosas de madera y papel que encuentre en el resto de la casa.
Pero parece que la puerta de la cocina quedó mal cerrada y, tanto él como la gata, se apoderaron de la casa. Lamentablemente, el perro se comió un par de esas plaquitas anti-zancudos que habíamos comprado para usar en esta época de lluvias y mosquitos. Mi susto fue tan grande sabiendo que esos productos suelen ser tóxicos, que sólo pude buscar el empaque y leer las recomendaciones en caso de envenenamiento: tratamiento sintomático. ¿Qué cuernos es eso? Nunca lo he sabido, así que mi crisis de nervios empeoró y sólo me dediqué a preguntarle a Kotaru: ¿estás bien? ¿ah? ¿estás bien? Ahora que lo pienso, hubiese sido peor si hubiese contestado.
No tuve ánimo ni para ponerme brava. Pasé la noche en vela, pegada a la computadora o haciendo tonterías, para no darme cuenta de que en el fondo me moría de miedo al pensar que, si me dormía, el perro iba a enfermarse y al despertar lo encontraría muerto.
Mi esposo me cuenta que esta mañana el perrito estaba más avispado que nunca, o sea, sólo fue un susto. Momentos como este hacen que la maternidad me aterre.