miércoles, septiembre 10, 2003
Migaja
Lo reconozco: fui migajadicta. Era un placer secreto y cerdo que nunca me negué: no había migajita que pasara desapercibida en la mesa, siempre que cayera en zona neutral y sin salsa. Mis preferidas eran las de cereales y galletas, por su crujiente contextura y por su minúsculo cuerpo.
Pero desde que tengo gata mi vida cambió. Tardé un tiempo en aceptarlo, pero desde entonces para acá no puedo negar la dura realidad: como más pelo de gato que miga.
Es horrible, y temo que se me presente un cerrado síndrome de abstinencia, pero debo dejarlo. Si sigo recogiendo migajas un día voy a escupir una bola de pelo. Eso lo sé porque cuando me visto de negro siento que ando de casimir, con una tupida capa peluda blanca (nada atractiva, por cierto). O sea, o dejo de migajear o afeito a la gata...

Pero desde que tengo gata mi vida cambió. Tardé un tiempo en aceptarlo, pero desde entonces para acá no puedo negar la dura realidad: como más pelo de gato que miga.
Es horrible, y temo que se me presente un cerrado síndrome de abstinencia, pero debo dejarlo. Si sigo recogiendo migajas un día voy a escupir una bola de pelo. Eso lo sé porque cuando me visto de negro siento que ando de casimir, con una tupida capa peluda blanca (nada atractiva, por cierto). O sea, o dejo de migajear o afeito a la gata...