lunes, agosto 18, 2003
La cuerdita
Luego de varios intentos por domesticar a mi esposo, he llegado a la conclusión de que, en su estado natural, es más simpático. Por eso, no me queda otra que aceptar sus interesantes manías, porque para ser sincera, siempre me han gustado y me han hecho reir.
No me importa la ropa sucia que esconde en el cuarto contiguo al nuestro, no tengo problema con despertarme y encontrar lo que usó para el desayuno fuera de la nevera (incluyendo el jugo de naranja, que siempre que le pega el sol se fermenta), tampoco me angustia que dejeel almuerzo en casa cada dos días... pero lo que no soporto es su escondite secreto.
A estas alturas no debería ser secreto, pero es que nunca se me ocurre buscar las cosas ahí. Siento como si estuviera violando su espacio personal, pues se trata, nada más y nada menos, que de su lado del escritorio. Si nuestro escritorio tuviera gavetas y no fuera tan sólo una mesa de trabajo, no me extrañaría encontrar al perro metido en ella. La mitad de nuestra vajilla se ha escondido (sucia, para más señas) en este lugar, y nos llenaba de preocupación cómo se iban desapareciendo platos, vasos y cucharas, hasta que un día las encontramos ahí. Lo mismo ha pasado con facturas, papeles, tijeras, chequeras, cosméticos...
Pero el último objetivo fue el teléfono inalámbrico. Tenemos días paseándonos por la casa para encontrarlo, hablando incómodamente desde un teléfono enchufado a una prade, y rogando que, mientras uno habla, no se queme la comida, porque la dejamos sola para poder contestar el teléfono.
Una vez rescatado, el pobre teléfono ha sido colocado en su base, en una terapia intensiva de carga, a ver si podemos usarlo esta noche sin problemas. Ahora mi misión será colocar barricadas en su escondite para evitar más desapariciones... La otra opción es colocarle una cuerdita a las cosas importantes, y halarlas cuando se pierdan, como los bolígrafos de los bancos. Ya lo había pensado con los controles remotos de la tele, aunque nunca lo he llevado a la práctica. Pero este episodio fue determinante: la cuerdita va. Y es que no hay nada peor que salir chorreando agua, desnuda y congelada por toda la casa, para llegar a atender el teléfono de la sala... y que resulte ser un número equivocado.
Luego de varios intentos por domesticar a mi esposo, he llegado a la conclusión de que, en su estado natural, es más simpático. Por eso, no me queda otra que aceptar sus interesantes manías, porque para ser sincera, siempre me han gustado y me han hecho reir.
No me importa la ropa sucia que esconde en el cuarto contiguo al nuestro, no tengo problema con despertarme y encontrar lo que usó para el desayuno fuera de la nevera (incluyendo el jugo de naranja, que siempre que le pega el sol se fermenta), tampoco me angustia que dejeel almuerzo en casa cada dos días... pero lo que no soporto es su escondite secreto.
A estas alturas no debería ser secreto, pero es que nunca se me ocurre buscar las cosas ahí. Siento como si estuviera violando su espacio personal, pues se trata, nada más y nada menos, que de su lado del escritorio. Si nuestro escritorio tuviera gavetas y no fuera tan sólo una mesa de trabajo, no me extrañaría encontrar al perro metido en ella. La mitad de nuestra vajilla se ha escondido (sucia, para más señas) en este lugar, y nos llenaba de preocupación cómo se iban desapareciendo platos, vasos y cucharas, hasta que un día las encontramos ahí. Lo mismo ha pasado con facturas, papeles, tijeras, chequeras, cosméticos...
Pero el último objetivo fue el teléfono inalámbrico. Tenemos días paseándonos por la casa para encontrarlo, hablando incómodamente desde un teléfono enchufado a una prade, y rogando que, mientras uno habla, no se queme la comida, porque la dejamos sola para poder contestar el teléfono.
Una vez rescatado, el pobre teléfono ha sido colocado en su base, en una terapia intensiva de carga, a ver si podemos usarlo esta noche sin problemas. Ahora mi misión será colocar barricadas en su escondite para evitar más desapariciones... La otra opción es colocarle una cuerdita a las cosas importantes, y halarlas cuando se pierdan, como los bolígrafos de los bancos. Ya lo había pensado con los controles remotos de la tele, aunque nunca lo he llevado a la práctica. Pero este episodio fue determinante: la cuerdita va. Y es que no hay nada peor que salir chorreando agua, desnuda y congelada por toda la casa, para llegar a atender el teléfono de la sala... y que resulte ser un número equivocado.