lunes, agosto 18, 2003
Envidia del cable
Cuando escribí este rítulo, me sonaba igualito a la envidia del pene. Pero releído pierde el chiste. Lo obviaré y aquí no ha pasado nada.
Lo cierto es que la televisión por cable me llena de envidia. Quiero todos los planes en segundos de las telefónicas chilenas para llamar al mundo entero por tres moneditas, quiero las promociones de McDonalds que ofrecen cajitas felices con juguetes que nunca llegarán aquí, quiero las cacerolas mexicanas que venden por infomerciales, pero sobre todo, quiero todos los cosméticos y medicamentos argentinos ¡YA!
No ocultaré que me encanta la farmacia, que me gustan las cosas útiles/inútiles que venden, que quiero cuanto chiche venden para maquillarse, masajearse, estrujarse, exfoliarse, calmarse, adelgazarse, perfumarse, y muchos "arse" adicionales. Mi preferida es Farmatodo. Para mí no es como ir a una farmacia-perfumería, para mí es como ir de tiendas, como pasear por el campo, como ir a un spa. Para mí es divino. Me encanta pasear por la farmacia, aunque no compre nada.
Pero últimamente, debido al control cambiario, la falta de divisas ha convertido a las farmacias en sitios aburridos, no tienen nada, oh Dios, y me está empezando a afectar. Mi alegría se desvanece al encotrar anaqueles vacíos, y una ínfima variedad de cremas para el cuerpo.
Pero lo que resulta totalmente nocivo para el espíritu es que la publicidad argentina (que me parece una de las mejores del continente) me haga sentir como una cucaracha por no tener acceso a sus productos. Siento que el cuerpio no me dolería si tuviera yo Bayagel, o que el Tabcin me cambiaría la vida. Y sé que, a lo mejor, son productos normales, no mágicos, comunes ¡pero no los tengo ni los puedo comprar!
Es más, no tengo Copa Cindor, ni planes Telefónica, ni cápsulas antiflatulencia, ni chocolates con dulce de leche. Y sé que en mi país tengo millones de cosas buenísimas también, y que nada le tendrían que envidiar a las de afuera...pero sí, les tengo envidia. Todo es producto de la publicidad globalizada, lo sé, pero igual me late un no sé qué tipo Susanita cuando veo anuncios de cosas elegantísimas y pienso: ah, qué maravilla, no como esas porquerías que comen los pobres. Ejem, pobre como yo, claro.
Debería estar prohibido por leyes internacionales torturar a los extranjeros con publicidad de productos no disponibles en su mercado local.
Cuando escribí este rítulo, me sonaba igualito a la envidia del pene. Pero releído pierde el chiste. Lo obviaré y aquí no ha pasado nada.
Lo cierto es que la televisión por cable me llena de envidia. Quiero todos los planes en segundos de las telefónicas chilenas para llamar al mundo entero por tres moneditas, quiero las promociones de McDonalds que ofrecen cajitas felices con juguetes que nunca llegarán aquí, quiero las cacerolas mexicanas que venden por infomerciales, pero sobre todo, quiero todos los cosméticos y medicamentos argentinos ¡YA!
No ocultaré que me encanta la farmacia, que me gustan las cosas útiles/inútiles que venden, que quiero cuanto chiche venden para maquillarse, masajearse, estrujarse, exfoliarse, calmarse, adelgazarse, perfumarse, y muchos "arse" adicionales. Mi preferida es Farmatodo. Para mí no es como ir a una farmacia-perfumería, para mí es como ir de tiendas, como pasear por el campo, como ir a un spa. Para mí es divino. Me encanta pasear por la farmacia, aunque no compre nada.
Pero últimamente, debido al control cambiario, la falta de divisas ha convertido a las farmacias en sitios aburridos, no tienen nada, oh Dios, y me está empezando a afectar. Mi alegría se desvanece al encotrar anaqueles vacíos, y una ínfima variedad de cremas para el cuerpo.
Pero lo que resulta totalmente nocivo para el espíritu es que la publicidad argentina (que me parece una de las mejores del continente) me haga sentir como una cucaracha por no tener acceso a sus productos. Siento que el cuerpio no me dolería si tuviera yo Bayagel, o que el Tabcin me cambiaría la vida. Y sé que, a lo mejor, son productos normales, no mágicos, comunes ¡pero no los tengo ni los puedo comprar!
Es más, no tengo Copa Cindor, ni planes Telefónica, ni cápsulas antiflatulencia, ni chocolates con dulce de leche. Y sé que en mi país tengo millones de cosas buenísimas también, y que nada le tendrían que envidiar a las de afuera...pero sí, les tengo envidia. Todo es producto de la publicidad globalizada, lo sé, pero igual me late un no sé qué tipo Susanita cuando veo anuncios de cosas elegantísimas y pienso: ah, qué maravilla, no como esas porquerías que comen los pobres. Ejem, pobre como yo, claro.
Debería estar prohibido por leyes internacionales torturar a los extranjeros con publicidad de productos no disponibles en su mercado local.