lunes, agosto 11, 2003
Enjuague bucal
Me crispa los nervios la gente que tiene un puente directo entre el cerebro y la boca. Me niego a pensar que eso sea algo normal, debe ser una malformación del cerebelo, un cable suelto, un gen piche.
Mi mamá siempre dice que uno no puede ir por la vida haciendo desplantes gratuitos. Por ejemplo, dice que cuando encuentra a una persona que ha ganado peso, es desagradable recordárselo, sobre todo porque, normalmente, esa persona tiene conciencia de sus kilos extra y los sufre. Y no es que uno no deba decir las cosas malas, pero no de golpe y porrazo en un encuentro casual. Tampoco es que se deba mentir, ser hipócita, pero por lo menos no hay que ser destructivo.
Sales a la calle con un ataque de acné y haces tu mejor esfuerzo porque no se note, pero siempre hay un idiota que te pregunta por el alien que te salió en la cara. Uno no es ciego, uno sabe que no está en su mejor momento.
O atraviesas una mala racha y no tienes empleo ni pareja, y justo te encuentras a alguno que, al enterarse, te dice: qué pavoso, deberías ir a un brujo.
Nadie (NADIE) es perfecto, ni está todos los días al 100% de su capacidad (belleza, inteligencia, riqueza, salud, etc.), ¿por qué meter el dedo en la llaga?
Lo que encuentro curioso de este tipo de comportamiento es que, normalmente, el agresor verbal tiene también su rabo de paja. Mientras te dicen gordo, feo o pavoso, ellos mismos se encuentran mal vestidos, o subempleados, o con un mal corte de cabello. ¿Qué pasaría si uno les pagara con la misma moneda? ¿Qué pasaría si al próximo idiota queme señale que tengo el pelo rizado por la humedad, le hablo de sus dientes manchados por café/cigarro?
Pasaría lo lógico: dirían que soy maleducada, que ando de mal humor, que no era necesario responder tan groseramente. Porque así funciona: yo te puedo agredir, pero tú no te puedes defender. Eso es ser un “animal social”, “tener roce”, “saber moverse”. Y con un poquito de práctica, aprendes a atacar primero, a ofender antes, a ser tú quien suelte el demonio por la boca con carita de “yo no fui”.
Pues no. No me da la gana. No pienso agredir a la gente, y el día que amanezca de malas, hasta responderé a las agresiones de otros. Y si eso es ser mala, pues que así sea. Algunos deberían revisarse el puente cerebro-cuerdas_vocales, o usar un buen jabón para lavarse la boca (o el corazón).
El poder de la palabra es mayor del que uno imagina, ¿por qué el constante uso de la misma para destruir? ¿Cuesta mucho tragarse las ganas de hacer el mal? ¿De verdad todo el mundo es tan malintencionado?
Después se preguntan que por qué me escondo de la gente. Hay situaciones sociales que me dan un poquito de náusea…

Mi mamá siempre dice que uno no puede ir por la vida haciendo desplantes gratuitos. Por ejemplo, dice que cuando encuentra a una persona que ha ganado peso, es desagradable recordárselo, sobre todo porque, normalmente, esa persona tiene conciencia de sus kilos extra y los sufre. Y no es que uno no deba decir las cosas malas, pero no de golpe y porrazo en un encuentro casual. Tampoco es que se deba mentir, ser hipócita, pero por lo menos no hay que ser destructivo.


Nadie (NADIE) es perfecto, ni está todos los días al 100% de su capacidad (belleza, inteligencia, riqueza, salud, etc.), ¿por qué meter el dedo en la llaga?
Lo que encuentro curioso de este tipo de comportamiento es que, normalmente, el agresor verbal tiene también su rabo de paja. Mientras te dicen gordo, feo o pavoso, ellos mismos se encuentran mal vestidos, o subempleados, o con un mal corte de cabello. ¿Qué pasaría si uno les pagara con la misma moneda? ¿Qué pasaría si al próximo idiota queme señale que tengo el pelo rizado por la humedad, le hablo de sus dientes manchados por café/cigarro?



Después se preguntan que por qué me escondo de la gente. Hay situaciones sociales que me dan un poquito de náusea…