lunes, agosto 25, 2003
El mundo de las teorías
Es increíble cómo la gente tiende a teorizar TODO. Y no debería ser algo que me alarmase, porque yo soy la primera en hacerlo a diario. Pero no deja de sorprenderme la facilidad con la cual damos explicaciones universales a cuestiones particulares.
Por ejemplo, siempre que se habla de una boda, los ya casados explican que "los novios son los que menos disfrutan la fiesta". Olvidan que no todas las fiestas de bodas son iguales. El sábado, por ejemplo, yo vi a una novia gozarse su fiesta como ningún otro invitado lo hizo. Novia y novio fueron los últimos en irse, y hasta el segundo mismo en que atravesaron la puerta de salida del local, tenían una amplia sonrisa en el rostro.
Eso, evidentemente, no cuadraría dentro de la teoría de "novio no disfruta fiesta". Yo misma me salí de ese patrón cuando me casé, caminando descalza por la arena sin hacerme ampollas en los pies con altos tacones. Yo misma no recuerdo haber estado en algún escenario más bonito que ese. Y al carajo con las teorías de otros.
También ocurre que teorizamos sobre las relaciones humanas y la gente. Yo soy la primera en hacerlo, por esa manía loca que tengo de tratar de prepararme para la vida y de hacer algo con mi sexto sentido. Pero al final, mis teorías suelen ser más hipótesis sujetas a cambios según los giros que dé la vida. Pero veo gente que jura, por un puñado de cruces, que las cosas son de una manera y que no hay fuerza en el mundo capaz de modificarlas. Estas personas, casi siempre, basan sus teorías en su experiencia de fracasos, pero difícilmente proyectan teoremas sobre los éxitos y los logros. Ahí me quiero detener: ¿por qué los seres humanos somos tan ingratos que no aprendemos de los buenos momentos? ¿por qué renunciamos, extasiados con la dicha, a verle la cara (muy de frente) a la felicidad para no olvidar su rostro?
Parece que teorizar es una manera de calmar los dolores racionalmente, es dejar que el cerebro le dé una explicación al corazón de por qué fallamos, para que entienda que no todo está perdido. Pero si el corazón está contento, nadie se atreve a susurrarle razones, ni a explicarle el camino por el cual llegó allí (para que regrese si algún día se pierde). Y eso es un desperdicio.
Yo hago teorías siempre, porque me gusta desmontar las cosas, inclusive la felicidad. Me gusta tanto ese sentimiento que busco incesantemente su fórmula, busco entender su forma de actuar para, en un momento distinto, saber dónde buscarla. Y me sorpende la condenada, llegando de manera imprevista por los caminos verdes. Es gracioso reconocerlo, pero nunca me ha servido una teoría al 100% porque con la felicidad no hay absolutos, ella es relativa y huidiza, pero nadie puede decir que no me preocupo en buscarla y darle la bienvenida. Y al final del camino, eso es lo importante. Si teorizamos para darle a entender al mundo que tenemos una sabiduría infinita, estamos demostrando gran ignorancia. Pero si la teoría sólo te sirve para analizar o para entretenerte mientras la vida pasa, ¿qué hay de malo en eso?
Es increíble cómo la gente tiende a teorizar TODO. Y no debería ser algo que me alarmase, porque yo soy la primera en hacerlo a diario. Pero no deja de sorprenderme la facilidad con la cual damos explicaciones universales a cuestiones particulares.
Por ejemplo, siempre que se habla de una boda, los ya casados explican que "los novios son los que menos disfrutan la fiesta". Olvidan que no todas las fiestas de bodas son iguales. El sábado, por ejemplo, yo vi a una novia gozarse su fiesta como ningún otro invitado lo hizo. Novia y novio fueron los últimos en irse, y hasta el segundo mismo en que atravesaron la puerta de salida del local, tenían una amplia sonrisa en el rostro.
Eso, evidentemente, no cuadraría dentro de la teoría de "novio no disfruta fiesta". Yo misma me salí de ese patrón cuando me casé, caminando descalza por la arena sin hacerme ampollas en los pies con altos tacones. Yo misma no recuerdo haber estado en algún escenario más bonito que ese. Y al carajo con las teorías de otros.
También ocurre que teorizamos sobre las relaciones humanas y la gente. Yo soy la primera en hacerlo, por esa manía loca que tengo de tratar de prepararme para la vida y de hacer algo con mi sexto sentido. Pero al final, mis teorías suelen ser más hipótesis sujetas a cambios según los giros que dé la vida. Pero veo gente que jura, por un puñado de cruces, que las cosas son de una manera y que no hay fuerza en el mundo capaz de modificarlas. Estas personas, casi siempre, basan sus teorías en su experiencia de fracasos, pero difícilmente proyectan teoremas sobre los éxitos y los logros. Ahí me quiero detener: ¿por qué los seres humanos somos tan ingratos que no aprendemos de los buenos momentos? ¿por qué renunciamos, extasiados con la dicha, a verle la cara (muy de frente) a la felicidad para no olvidar su rostro?
Parece que teorizar es una manera de calmar los dolores racionalmente, es dejar que el cerebro le dé una explicación al corazón de por qué fallamos, para que entienda que no todo está perdido. Pero si el corazón está contento, nadie se atreve a susurrarle razones, ni a explicarle el camino por el cual llegó allí (para que regrese si algún día se pierde). Y eso es un desperdicio.
Yo hago teorías siempre, porque me gusta desmontar las cosas, inclusive la felicidad. Me gusta tanto ese sentimiento que busco incesantemente su fórmula, busco entender su forma de actuar para, en un momento distinto, saber dónde buscarla. Y me sorpende la condenada, llegando de manera imprevista por los caminos verdes. Es gracioso reconocerlo, pero nunca me ha servido una teoría al 100% porque con la felicidad no hay absolutos, ella es relativa y huidiza, pero nadie puede decir que no me preocupo en buscarla y darle la bienvenida. Y al final del camino, eso es lo importante. Si teorizamos para darle a entender al mundo que tenemos una sabiduría infinita, estamos demostrando gran ignorancia. Pero si la teoría sólo te sirve para analizar o para entretenerte mientras la vida pasa, ¿qué hay de malo en eso?