jueves, agosto 07, 2003
Autoplacer
Hace poco escuchaba a alguien decir que la mayoría de las decisiones que se toman en la vida, son para complacer a otros, para que nos acepten y nos quieran, lo que nos da placer. Desde pintarse el pelo de verde hasta vestirse de determinada manera, según esta persona, era un placer exhibicionista.
No dudo que existan placeres de este tipo, y mucho menos que haya gente que disfrute de esta manera, pero defiendo –a capa y espada- el valor del autoplacer.
Cuando me corto el cabello de una manera específica, o lo tiño de cierto color, o aun cuando me visto de manera particular, lo hago para mí, en la mayoría de los casos. Afeitarme las piernas, por ejemplo, es un placer casi egoísta en mi caso, pues mi vestimenta preferida es el pantalón y no la falda, de manera que nadie se entera si mis piernas son lampiñas o no. Sólo yo. Sólo yo disfruto rozando mis piernas con mis pantalones, adivinando su suavidad, sintiéndome sexy y bonita, aunque nadie lo sospeche.
Igual ocurre con la escritura: auqnue todo texto que se escribe está destinado a ser leído (factor básico en teoría literaria), no dejo de escribir, en muchos casos, para mí. Soy mi primera lectora, y no soy fácil: soy crítica y amarga cuando quiero, y dulce y comprensiva cuando toca, cuando el texto lo permite. Y eso me encanta. Es un placer secreto saberse capaz de crear de la nada, saberse diestro en el arte de organizar símbolos y signos y darles significado y vida. Y no dudo que si fuera programadora, diseñadora o pintora , me ocurriera lo mismo.
A veces, sí, uno obtiene una recompensa de retruque, cuando hace algo por satisfacerse a sí mismo y termina agradando a los demás, pero no siempre se persigue la aprobación. Los seres humanos tenemos un espacio íntimo que nos pertenece y no revitaliza, a pesar del resto del mundo.
Hay días en los que escojo lo mejor de mi guardarropa y me lo pongo, paso horas maquillándome y peinándome, y una vez lista me miro al espejo y soy feliz. No salgo vestida así, sólo me paseo por la casa sintiéndome bien, aunque nadie me vea. Es como cuando uno redecora la casa o la limpia a fondo, aunque no invite a nadie.
¿Entonces? ¿Debo creer que todo lo que hago es para servir o agradar a otros? ¿O puedo seguir permitiéndome este maravilloso acto de auto-hedonismo? Yo escogí la segunda hace tiempo y, secretamente, tengo espacios íntimos que me hacen profundamente feliz.
Hace poco escuchaba a alguien decir que la mayoría de las decisiones que se toman en la vida, son para complacer a otros, para que nos acepten y nos quieran, lo que nos da placer. Desde pintarse el pelo de verde hasta vestirse de determinada manera, según esta persona, era un placer exhibicionista.
No dudo que existan placeres de este tipo, y mucho menos que haya gente que disfrute de esta manera, pero defiendo –a capa y espada- el valor del autoplacer.
Cuando me corto el cabello de una manera específica, o lo tiño de cierto color, o aun cuando me visto de manera particular, lo hago para mí, en la mayoría de los casos. Afeitarme las piernas, por ejemplo, es un placer casi egoísta en mi caso, pues mi vestimenta preferida es el pantalón y no la falda, de manera que nadie se entera si mis piernas son lampiñas o no. Sólo yo. Sólo yo disfruto rozando mis piernas con mis pantalones, adivinando su suavidad, sintiéndome sexy y bonita, aunque nadie lo sospeche.
Igual ocurre con la escritura: auqnue todo texto que se escribe está destinado a ser leído (factor básico en teoría literaria), no dejo de escribir, en muchos casos, para mí. Soy mi primera lectora, y no soy fácil: soy crítica y amarga cuando quiero, y dulce y comprensiva cuando toca, cuando el texto lo permite. Y eso me encanta. Es un placer secreto saberse capaz de crear de la nada, saberse diestro en el arte de organizar símbolos y signos y darles significado y vida. Y no dudo que si fuera programadora, diseñadora o pintora , me ocurriera lo mismo.
A veces, sí, uno obtiene una recompensa de retruque, cuando hace algo por satisfacerse a sí mismo y termina agradando a los demás, pero no siempre se persigue la aprobación. Los seres humanos tenemos un espacio íntimo que nos pertenece y no revitaliza, a pesar del resto del mundo.
Hay días en los que escojo lo mejor de mi guardarropa y me lo pongo, paso horas maquillándome y peinándome, y una vez lista me miro al espejo y soy feliz. No salgo vestida así, sólo me paseo por la casa sintiéndome bien, aunque nadie me vea. Es como cuando uno redecora la casa o la limpia a fondo, aunque no invite a nadie.
¿Entonces? ¿Debo creer que todo lo que hago es para servir o agradar a otros? ¿O puedo seguir permitiéndome este maravilloso acto de auto-hedonismo? Yo escogí la segunda hace tiempo y, secretamente, tengo espacios íntimos que me hacen profundamente feliz.