lunes, julio 07, 2003
Vanidad
Es tan fácil engolosinarse con una alabanza. A veces uno, aun sin querer, cree que una señal de aprobación dada por otra persona lo hace más valioso. Y no niego que alguna vez no he sentido yo lo mismo, pero la mayoría de las veces me encuentro más incómoda con un piropo que con una crítica. De alguna manera resulta desagradable descubrirse compitiendo por una loa, como si obtener una palmadita en el hombor te pusiera una corona en la cabeza. Sí, resulta sabroso que alguien te diga que haces bien tu trabajo, o que cocinas muy rico, o que es hermosa tu creación artística. Lo curioso es que, muchas veces, no tenemos ni el más mínimo interés por saber de dónde provino el comentario, siempre que sea bueno.
En una lectura de cuentos-tertulia que hubo hace poco, una persona que recibió unas cuantas críticas menores (y me consta que todas constructivas) se encontraba bastante molesta, argumentando que los críticos eran la raza maldita, aquellos incapaces de construir algo pero muy dispuestos a destrurilo todo. Desestimó los comentarios de gente muy conocedora del oficio, refugiado en su propia ira.
Una Licenciada en Letras recién graduada, de esas que sólo escribe poesía barata y textos narrativos que emulan la autoayuda, se le acercó para felicitarlo. Esponjado del orgullo, el autor pregonó que había tenido todo el éxito del mundo en su lectura, que había cautivado a alguien "que de verdad" sabía de literatura. Ignoraba que la misma recién graduada se le acercaba en aquel momento a quienes lo habían criticado, para rendirle sus respetos, por considerarlos maestros insignes. Todos ellos tenían más jerarquía, sensibilidad, experiencia y conocimiento que ella, pero el autor, en su empeño por ampararse en la alabanza, lo quería negar. Mientras tanto, ella sólo deseaba ser un crítico cuando fuera grande.
A pesar de que una persona tenga muy mal gusto, uno la ve encantadora si lo piropea. Asume que por UNA vez en la vida ha tenido el tino de reconocer algo bueno, o sea, UNO. Somos vanidosos por naturaleza.

En una lectura de cuentos-tertulia que hubo hace poco, una persona que recibió unas cuantas críticas menores (y me consta que todas constructivas) se encontraba bastante molesta, argumentando que los críticos eran la raza maldita, aquellos incapaces de construir algo pero muy dispuestos a destrurilo todo. Desestimó los comentarios de gente muy conocedora del oficio, refugiado en su propia ira.
Una Licenciada en Letras recién graduada, de esas que sólo escribe poesía barata y textos narrativos que emulan la autoayuda, se le acercó para felicitarlo. Esponjado del orgullo, el autor pregonó que había tenido todo el éxito del mundo en su lectura, que había cautivado a alguien "que de verdad" sabía de literatura. Ignoraba que la misma recién graduada se le acercaba en aquel momento a quienes lo habían criticado, para rendirle sus respetos, por considerarlos maestros insignes. Todos ellos tenían más jerarquía, sensibilidad, experiencia y conocimiento que ella, pero el autor, en su empeño por ampararse en la alabanza, lo quería negar. Mientras tanto, ella sólo deseaba ser un crítico cuando fuera grande.
A pesar de que una persona tenga muy mal gusto, uno la ve encantadora si lo piropea. Asume que por UNA vez en la vida ha tenido el tino de reconocer algo bueno, o sea, UNO. Somos vanidosos por naturaleza.