<$BlogRSDUrl$>

miércoles, julio 16, 2003

Taxi

El problema de leer la página de Sucesos es que uno después queda con la psicosis. Todos los crímenes leídos te parecen tan factibles que te preguntas por qué no te han pasado a ti y, obviamente, te asustas porque sabes que te pueden pasar.

Las situaciones que más me llenan de horror son las típicas: "Tomó el taxi que lo condujo a la muerte", "Ultimada por profesional del volante", "No era un taxista, era un asesino en serie". La lotería del taxista asesinao está demasiado cerca de todos. Y lo peor es que, de chama, me parecía elegantísimo viajar en taxi, y amaba cuando Romina, la sureña con la que estudié 6to. grado, le decía remís. Yupi.

Después me empezaron a parecer una fantasía de confort, harta como estaba del transporte escolar destartalado, de los larguísimos viajes en Metro y de las tortuosas caravanas de autobuses en las que tenía que montarme para recorrer la ciudad siendo adolescente. Poder gastar un poco más de plata en uno de esos inventos maravillosos era, para mí, lo más cercano a ser millonario y famoso.

Luego cambiaron su cara, y todos los carros de 8 cilindros dejaron de ser los únicos taxis disponibles, para dejar a su paso un enjambre de "patas blancas" (como les llaman aquí), carros bien bonitos y con aire acondicionado, una mejoría total para el mundo de los carros de alquiler.

Ahora, de vez en cuando uso uno. Casi siempre cuando el sitio al que voy es de difícil acceso o cuando, as usual, voy retrasada (es normal que cuando deba llegar a las 8 pm yo salga a las 8 pm). Pero ahí es donde se me enreda la cosa: ¿y si el chofer es un violador? Empiezo a masticar la idea todo el camino, a veces incluso, rezando, o tal vez buscándole conversación para ganarme su simpatía y hacerlo recapacitar. ¿Cómo va a matar a una muchacha tan simpática? Claro, que con la cantidad de taxistas muertos que hay en Caracas cada fin de semana, ellos también vienen en la misma onda, rezando un poco, super alertas cada vez que uno mete la mano en la cartera, respondiendo a la búsqueda de conversación con el mismo porpósito con que uno la empezó, y ambos, pasajero y conductor, van hechos un manojo de nervios hasta la parada final. Ahí yo me bajo y sinceramente agradecida de que me haya dejado con vida y en el pleno uso de mis facultades mentales, me despido recibiendo el mismo agradecimiento, de esos que no se dicen con palabras, pero que demuestran que en mi ciudad casi todos leemos la Crónica Roja. Puro morbo.


This page is powered by Blogger. Isn't yours?