martes, julio 01, 2003
Promesa
Siempre me llamaron la atención los comerciales de cocinas con “horno auto-limpiante”. Sería porque era pequeña, pero me costaba imaginar un mecanismo capaz de echarle el Easy Off a las puertas, a las parrillas y a la plancha inferior del horno. Lo que más me preocupaba era el asunto de sacar el Easy Off, ya que al horno no le entra tubería de agua.
Confieso que no me enteré todavía cómo funcionan.
Aun así disfruto del término auto-limpiante. Es como mi perro, al que le decimos auto-castigante. Él se castiga solito cuando ha hecho algo malo. Y no, no es como dice la psicóloga veterinaria, que el perro presiente que lo vamos a matar a palos porque seguramente se lo hicimos alguna vez cuando era chico. Lo que pasa es que él es así, sensible.
Cuando lo dejamos solo en casa y se come algún libro (sus artículos favoritos para mascar), él nos recibe castigándose solo, llorando, como quien dice: es más fuerte que yo, no lo puedo evitar, y me siento muy mal, pero el vicio es así.
Pobrecito. La verdad que su corazón es más grande que su cerebro, y cuando le pasan esas cosas, el pobre se deprime. Claro, después se le pasa, supongo que porque se le olvida. Kotaru es un sol.
Hoy lo encontré a mitad de castigo. Había masticado un muñequito de la película Hércules que tenía yo sobre mi monitor. La cosa es que no tengo idea de cómo lo obtuvo, pero no dejo de sospechar de la gata. Sí, porque Ñau también es digna de mención. Ella tiene sus días, pero en general es muy buena gata. Extrañamente es dulce, ¿para qué negarlo?, y hasta considerada en algunos casos.
Aunque la mayor parte del tiempo se devana los sesos para inventar alguna fechoría, en esas misiones secretas donde me caza los pies o se roba las monedas o los billetes de cien. Super Agente Ñau. Duerme todo el día para poder dedicar la noche a tratar de salirse por la ventana. El vigilante de mi edificio la ha visto varias veces, asomada en el balcón, viendo los carros pasar por la avenida.
Pero que nadie se engañe: es una gata doméstica. No es una fiera callejera. De hecho, la única vez que se escapó de casa, salió del apartamento y llegó al piso 2 (vivimos en el 4), donde quedó paralizada del miedo. Se esponjó como una paloma hasta quedar muuuy grande, y empezó a maullar como un gatito pequeño. Es lo más cercano a un llanto de gato que he escuchado.
Todo el que tiene una mascota-hij@ debe sentir algo parecido a lo que yo siento. Amo a estos bichitos, me siento orgullosa de sus logros, me sobrepongo a sus desastres, y casi nunca puedo cumplir los castigos que les impongo. Más de una vez he interrumpido mi sueño de sábado porque la Ñau viene a tocarme con la patita a las 8 de la mañana, exigiendo su desayuno. Lo peor es que me levanto, a pesar de mi sueño, sabiendo que sólo después de alimentarlos podré volver a conciliar el sueño.
Pues bien, tenemos que enfrentarlo: los animalitos como estos viven menos que uno. Por lo menos, en la mayoría de los casos. Tiemblo al pensarlo, pero no por ello dejo de hacerlo.
Les he prometido a los dos, a mis pequeños hijitos, que cuando llegue el momento estaré con ellos. Nosotros somos sus papás, y sólo en nuestros brazos hallan consuelo cuando se siente enfermos o asustados, así que debemos estar en el andén cuando partan para poder decirles adiós.
No sé a qué vino todo esto, pero si alguno de ustedes tiene su bebé-mascota en casa, piénselo. Les debemos lealtad y amor, esa misma lealtad y amor que nos regalan a nosotros, sus humanos-papás.
Siempre me llamaron la atención los comerciales de cocinas con “horno auto-limpiante”. Sería porque era pequeña, pero me costaba imaginar un mecanismo capaz de echarle el Easy Off a las puertas, a las parrillas y a la plancha inferior del horno. Lo que más me preocupaba era el asunto de sacar el Easy Off, ya que al horno no le entra tubería de agua.
Confieso que no me enteré todavía cómo funcionan.
Aun así disfruto del término auto-limpiante. Es como mi perro, al que le decimos auto-castigante. Él se castiga solito cuando ha hecho algo malo. Y no, no es como dice la psicóloga veterinaria, que el perro presiente que lo vamos a matar a palos porque seguramente se lo hicimos alguna vez cuando era chico. Lo que pasa es que él es así, sensible.
Cuando lo dejamos solo en casa y se come algún libro (sus artículos favoritos para mascar), él nos recibe castigándose solo, llorando, como quien dice: es más fuerte que yo, no lo puedo evitar, y me siento muy mal, pero el vicio es así.
Pobrecito. La verdad que su corazón es más grande que su cerebro, y cuando le pasan esas cosas, el pobre se deprime. Claro, después se le pasa, supongo que porque se le olvida. Kotaru es un sol.
Hoy lo encontré a mitad de castigo. Había masticado un muñequito de la película Hércules que tenía yo sobre mi monitor. La cosa es que no tengo idea de cómo lo obtuvo, pero no dejo de sospechar de la gata. Sí, porque Ñau también es digna de mención. Ella tiene sus días, pero en general es muy buena gata. Extrañamente es dulce, ¿para qué negarlo?, y hasta considerada en algunos casos.
Aunque la mayor parte del tiempo se devana los sesos para inventar alguna fechoría, en esas misiones secretas donde me caza los pies o se roba las monedas o los billetes de cien. Super Agente Ñau. Duerme todo el día para poder dedicar la noche a tratar de salirse por la ventana. El vigilante de mi edificio la ha visto varias veces, asomada en el balcón, viendo los carros pasar por la avenida.
Pero que nadie se engañe: es una gata doméstica. No es una fiera callejera. De hecho, la única vez que se escapó de casa, salió del apartamento y llegó al piso 2 (vivimos en el 4), donde quedó paralizada del miedo. Se esponjó como una paloma hasta quedar muuuy grande, y empezó a maullar como un gatito pequeño. Es lo más cercano a un llanto de gato que he escuchado.
Todo el que tiene una mascota-hij@ debe sentir algo parecido a lo que yo siento. Amo a estos bichitos, me siento orgullosa de sus logros, me sobrepongo a sus desastres, y casi nunca puedo cumplir los castigos que les impongo. Más de una vez he interrumpido mi sueño de sábado porque la Ñau viene a tocarme con la patita a las 8 de la mañana, exigiendo su desayuno. Lo peor es que me levanto, a pesar de mi sueño, sabiendo que sólo después de alimentarlos podré volver a conciliar el sueño.
Pues bien, tenemos que enfrentarlo: los animalitos como estos viven menos que uno. Por lo menos, en la mayoría de los casos. Tiemblo al pensarlo, pero no por ello dejo de hacerlo.
Les he prometido a los dos, a mis pequeños hijitos, que cuando llegue el momento estaré con ellos. Nosotros somos sus papás, y sólo en nuestros brazos hallan consuelo cuando se siente enfermos o asustados, así que debemos estar en el andén cuando partan para poder decirles adiós.
No sé a qué vino todo esto, pero si alguno de ustedes tiene su bebé-mascota en casa, piénselo. Les debemos lealtad y amor, esa misma lealtad y amor que nos regalan a nosotros, sus humanos-papás.