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viernes, julio 25, 2003

Parejas en el tiempo

Pocas cosas me conmueven tanto como ver a una pareja adulta-madura-anciana tomada de la mano. Hombre y mujer, pasados los años de la juventud, dedicados al goce de una rica vida en pareja, y al deleite de cosechar los frutos bien sembrados.

No puedo evitar sentir emoción al ver a un viejito agarrando a su viejita para cruzar la calle, o persiguiéndose por los pasillos del supermercado para preguntarse si la margarina era con o sin sal. Me encanta la ternura masculina de un señor maduro que superó los estrechos paradigmas machistas que lo formaron, y que se atreve a amar con descaro a su mujer.

Es en esos momentos cuando siento envidia y, lejos de acompañarla con el malsano pensamiento destructivo o la crítica absurda, pido a Dios que me permita disfrutar de esa dicha con mi pareja. Emularlos, sobre todo en las cosas buenas, es mi deseo profundo.

Es lindo (y dirán que llegué al tope de la cursilería) cuando además estas parejas hacen algo que muchos creen que sólo deben hacer los jóvenes, como darse un besito en la boca, o pasear en bicicleta, o ir al cine.

Ayer, por ejemplo, una pareja de aprox. 55-60 años entró a un Subway, y se veían lindos preguntándose si el aderezo de cebolla dulce sería mejor o si el pan de orégano con parmesano sería bueno. El señor fue el encargado de servir las bebidas, y con picardía infantil, no pudo evitar apretar demasiado la palanca del hielo (llenando el vaso hasta el tope). Ella, desde lejos, conociendo esos arranques lúdicos incluso antes de que sucedira el episodio del hielo, le gritó: "no le vayas a poner mucho hielo". Pero era tarde.

Comieron juntos, conversando, sonriendo. A lo mejor me equivoco y sean sólo amigos, pero de igual manera me alegraron la noche. Envejecer es inevitable, pero no es razón para dejar de vivir la vida con entusiasmo, amor y entrega.


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