lunes, julio 14, 2003
La pluma en el viento
Ya sé que es un abuso publicar cuentos aquí, cuando he tenido por costumbre escribir sobre cosas cotidianas, pero bueno, me provoca ver este cuento en línea. Además que me resulta tierno, me gusta, y me hace sentir bien... Señoras y señores, con ustedes, "La pluma en el viento":
Ignacio no sabía qué hacer ahora que Alicia dormía. La miraba con ternura, con esa ternura que sólo pueden tener los hombres cuando nadie los ve. La cama se desinflaba y se volvía a hinchar cada vez que ella respiraba, e Ignacio disminuía el ritmo de su respiración sólo para poder subir y bajar a capricho de Alicia.
El alba despuntaba y amenazaba con invadir el cuarto, cuando la brisa matutina sopló delicadamente, empujando tan sólo una pluma hacia el interior de la habitación.
Ignacio, estremecido por el cálido aliento de Alicia, se dejaba llevar, casi ingrávido, por esa respiración lenta y musical, anulando por decisión propia, su necesidad de tomar aire.
Lentamente, poco a poco, la pluma en el viento descendía al ritmo de la respiración de Alicia y parecía suspenderse sólo por el deseo de ese amable resuello, e Ignacio se volatilizaba cada vez más, embriagado y liviano, subiendo y bajando. Hasta que la pluma cayó en el lecho e Ignacio, vencido, dejó de respirar, muerto de amor.
Ya sé que es un abuso publicar cuentos aquí, cuando he tenido por costumbre escribir sobre cosas cotidianas, pero bueno, me provoca ver este cuento en línea. Además que me resulta tierno, me gusta, y me hace sentir bien... Señoras y señores, con ustedes, "La pluma en el viento":

El alba despuntaba y amenazaba con invadir el cuarto, cuando la brisa matutina sopló delicadamente, empujando tan sólo una pluma hacia el interior de la habitación.
Ignacio, estremecido por el cálido aliento de Alicia, se dejaba llevar, casi ingrávido, por esa respiración lenta y musical, anulando por decisión propia, su necesidad de tomar aire.
Lentamente, poco a poco, la pluma en el viento descendía al ritmo de la respiración de Alicia y parecía suspenderse sólo por el deseo de ese amable resuello, e Ignacio se volatilizaba cada vez más, embriagado y liviano, subiendo y bajando. Hasta que la pluma cayó en el lecho e Ignacio, vencido, dejó de respirar, muerto de amor.