domingo, julio 27, 2003
El parque
Me encanta caminar en los parques públicos. No lo sabía, creo que porque nunca antes lo intenté, pero desde hace tres años, más o menos, los fines de semana “normales” salgo a caminar una horita. Despeja la mente, tranquiliza, te da lo oportunidad de ver hermosos colores naturales (una amplia paleta que supera con creces la de la web) y, aunque te fatigues un poco a paso rápido, luego te sientes lleno de energía al final de la jornada.
Desde hace un mes cambiamos el parque de caminata. Nos queda más cerca de los sitios que debemos visitar los fines de semana y, además, es lindo.
Hoy vimos un dálmata que era la envidia de los perros entrenados, musgo fosforescente que me recordó mi infancia, muchos padres jugando con sus hijos sin la asistencia materna (ellas endurecían sus muslos en las incesantes vueltas al parque), una chica jelly boobs que olvidó el brassier deportivo y hacía que sus lolas bailaran al paso de su marcha, un peludo señor de camiseta sin mangas igualito a Sullivan de de Monsters Inc. (no me burlo, sólo pienso en el calor que debe sentir el pobre), una familia que paseaba a su conejo (de no ser por las orejas, habría pensado que era un perrito enano) y un señor barbudo igualito a mi schnauzer.
Realmente este post no tiene mucho sentido ni una gran moraleja, creo que lo escribo para no olvidar algunas cosas que pude ver. Me gusta recrear imágenes en mi cabeza, darles forma, pensar en la poderosa riqueza visual de las ciudades, la vida cotidiana y la maravilla de que exista tanta gente tan diferente. Amo a Caracas como se ama a una madre, a una amiga, pero al mismo tiempo le temo y compito con ella como quien descubre en sus calles un fuerte rival.
Me encanta caminar en los parques públicos. No lo sabía, creo que porque nunca antes lo intenté, pero desde hace tres años, más o menos, los fines de semana “normales” salgo a caminar una horita. Despeja la mente, tranquiliza, te da lo oportunidad de ver hermosos colores naturales (una amplia paleta que supera con creces la de la web) y, aunque te fatigues un poco a paso rápido, luego te sientes lleno de energía al final de la jornada.
Desde hace un mes cambiamos el parque de caminata. Nos queda más cerca de los sitios que debemos visitar los fines de semana y, además, es lindo.
Hoy vimos un dálmata que era la envidia de los perros entrenados, musgo fosforescente que me recordó mi infancia, muchos padres jugando con sus hijos sin la asistencia materna (ellas endurecían sus muslos en las incesantes vueltas al parque), una chica jelly boobs que olvidó el brassier deportivo y hacía que sus lolas bailaran al paso de su marcha, un peludo señor de camiseta sin mangas igualito a Sullivan de de Monsters Inc. (no me burlo, sólo pienso en el calor que debe sentir el pobre), una familia que paseaba a su conejo (de no ser por las orejas, habría pensado que era un perrito enano) y un señor barbudo igualito a mi schnauzer.
Realmente este post no tiene mucho sentido ni una gran moraleja, creo que lo escribo para no olvidar algunas cosas que pude ver. Me gusta recrear imágenes en mi cabeza, darles forma, pensar en la poderosa riqueza visual de las ciudades, la vida cotidiana y la maravilla de que exista tanta gente tan diferente. Amo a Caracas como se ama a una madre, a una amiga, pero al mismo tiempo le temo y compito con ella como quien descubre en sus calles un fuerte rival.