lunes, julio 07, 2003
El atentado contra Marta Colomina
Hace muchos años, cuando la periodista venezolana Marta Colomina era mi profesora de Opinión Pública, sus clases eran un deleite. La mayoría de las veces la profesora se apoyaba en unas fichas en las que resumía la materia con pasmosa facilidad, haciendo un alto cada 3 minutos para citar a Habermas o para hablar de La Espiral del Silencio. Sólo un día olvidó sus fichas y la clase fue algo errática. La profesora Colomina es capaz de divagar mucho si no tiene un apoyo escrito.
Hace una semana, cuando esta periodista sufriera un horrendo atentado que pudo haber acabado con su vida (de no ser por la misma torpeza de los atacantes) recordé un episodio anecdótico que ella nos narró en clase. Iba la profesora a recoger sus lentes en una óptica de Sabana Grande. Mientras esperaba que abrieran la óptica luego del almuerzo, decidió ir a la librería del Centro Comercial Chacaíto a enterarse de las novedades editoriales y, por supuesto, a adquirirlas, ya que la Colomina es una gran devoradora de libros.
Al terminar su compra, cruzó la Av. Solano, en dirección a la óptica, cuando un hombre trató de robarla. Ella se resitstía al asalto clavándole las aristas de sus libros tapa dura, y en el interín gritaba: "maelechor, poco hombre, asaltante, rufían,..." y toda la lista de sinónimos que encontró en su diccionario mental que, para quien no lo sepa, es casi tan extenso como el de la Real Academia.
En su auxilio acudieron muchos de los comerciantes de la zona, gesto que ella agradeció profundamente pues temía que el malechor sacara un adminículo maligno de su cinturón (tenía metida en la cabeza la idea de que los asaltantes modernos están equipados con una especie de bati-cinturón del mal), así que la aparición del carnicero de la esquina, cuchillo ensangrentado en mano, la hizo respirar de alivio. El episodio había transcurrido muchos años antes del momento en el cual nos lo relataba, y todavía se podía percibir en ella esa angustia del trauma recién vivido.
Luego de saber que atacantes embistieron su vehículo obligándola a detenerse, la apuntaron con armas largas y luego le lanzaron una gran bomba molotov con la intención de quemarla viva el mismo día del periodista, no pude sino sentir (más allá del asombro) una angustia descomunal al tratar de imaginar a mi profe en esa situación y pensar en su estado de ánimo. Es una mujer valiente, no cabe duda, pero los que esta vez la atacaron eran más que simples "rufianes". Añoré el tiempo donde los malechores tan sólo deseaban apoderarse de un reloj, y los vecinos acudían en auxilio del accidentado. Y sentí miedo.
Hace muchos años, cuando la periodista venezolana Marta Colomina era mi profesora de Opinión Pública, sus clases eran un deleite. La mayoría de las veces la profesora se apoyaba en unas fichas en las que resumía la materia con pasmosa facilidad, haciendo un alto cada 3 minutos para citar a Habermas o para hablar de La Espiral del Silencio. Sólo un día olvidó sus fichas y la clase fue algo errática. La profesora Colomina es capaz de divagar mucho si no tiene un apoyo escrito.
Hace una semana, cuando esta periodista sufriera un horrendo atentado que pudo haber acabado con su vida (de no ser por la misma torpeza de los atacantes) recordé un episodio anecdótico que ella nos narró en clase. Iba la profesora a recoger sus lentes en una óptica de Sabana Grande. Mientras esperaba que abrieran la óptica luego del almuerzo, decidió ir a la librería del Centro Comercial Chacaíto a enterarse de las novedades editoriales y, por supuesto, a adquirirlas, ya que la Colomina es una gran devoradora de libros.
Al terminar su compra, cruzó la Av. Solano, en dirección a la óptica, cuando un hombre trató de robarla. Ella se resitstía al asalto clavándole las aristas de sus libros tapa dura, y en el interín gritaba: "maelechor, poco hombre, asaltante, rufían,..." y toda la lista de sinónimos que encontró en su diccionario mental que, para quien no lo sepa, es casi tan extenso como el de la Real Academia.
En su auxilio acudieron muchos de los comerciantes de la zona, gesto que ella agradeció profundamente pues temía que el malechor sacara un adminículo maligno de su cinturón (tenía metida en la cabeza la idea de que los asaltantes modernos están equipados con una especie de bati-cinturón del mal), así que la aparición del carnicero de la esquina, cuchillo ensangrentado en mano, la hizo respirar de alivio. El episodio había transcurrido muchos años antes del momento en el cual nos lo relataba, y todavía se podía percibir en ella esa angustia del trauma recién vivido.
Luego de saber que atacantes embistieron su vehículo obligándola a detenerse, la apuntaron con armas largas y luego le lanzaron una gran bomba molotov con la intención de quemarla viva el mismo día del periodista, no pude sino sentir (más allá del asombro) una angustia descomunal al tratar de imaginar a mi profe en esa situación y pensar en su estado de ánimo. Es una mujer valiente, no cabe duda, pero los que esta vez la atacaron eran más que simples "rufianes". Añoré el tiempo donde los malechores tan sólo deseaban apoderarse de un reloj, y los vecinos acudían en auxilio del accidentado. Y sentí miedo.