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domingo, julio 20, 2003

Día de fiesta

Es difícil que la gente te deje quieto en las fiestas. Cada uno tiene su idea de cómo pasarla bien, de cómo divertirse y de cómo ser un verdadero fiestero. Lo malo es cuando tratan de imponerle a los demás esa forma especial de vivir una fiesta.

Yo, por ejemplo, no bailo. Al diablo con el mito de la sangre latina, no llevo el ritmo en la sangre ni me sale natural bailar salsa. Tampoco me gusta reventarme a whisky, ni conocer a todo el mundo, las tortas de guanábana no me gustan para nada y la esperada tarta de chocolate no es algo por lo que mataría. Eso sí: me encanta tener una buena conversación, o ver cómo se desarrolla la fiesta o, incluso, tomar algunas fotos. De vez en cuando medio llevo el ritmito de algo que me guste mucho con la cabeza (o los pies si estoy sentada). Me encanta cantar con mucho sentimiento una canción que me guste mucho, pero eso no signifique que lo quiera hacer para toda la audiencia presente usando karaoke.

Parece inútil explicar que los que no perdemos el control en una fiesta no somos aburridos sino que tenemos otra forma de disfrutar. Parece indecente explicar que a algunos nos gusta observar. Parece estúpido admitir que nunca aprendimos a bailar (entre otras cosas, porque nunca nos llamó la atención). Pero sobre todo, parece ofensivo tener que defenderse por ser como es uno.


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