miércoles, junio 25, 2003
Vencer la muerte
¿Quién es inmortal? ¿Aquel que no muere? ¿O aquel que no le teme a la muerte?
CALIPSO: Inmortal es quien acepta el instante. Quien no conoce ya un mañana. (…)
ODISEO: Yo creía inmortal a quien no teme a la muerte.
CALIPSO: A quien no espera vivir.
No es un canto de desesperanza, sino de abandono del deseo, entrega al hoy, una falta de expectativas que nos ahorra decepciones. Decía mi amigo el publicista que cuando no hay expectativas, todo lo que viene es ganancia.
Hablan los dioses de una ebriedad salvaje, de una entrega al destino, quizá porque ellos lo saben todo y, de alguna manera, ya no se asombran con el nuevo día. Saben que el animal está más cerca del dios que el mismo hombre, pues en esa inocencia animal no hay expectativa, nada esperan: pase lo que pase ellos no se asombran. Así son los dioses. Sonríen aun ante la desgracia pues conocen lo que fue y lo que será, nada puede asombrarlos o espantarlos. Sonríen porque saben el final de la historia, como conocieron el principio.
Mientras que el hombre… Cada día es una sorpresa, y cada sorpresa trae un llanto, o una sonrisa cómica, como una mueca. Su ignorancia los hace mortales. El hombre vive en la incertidumbre, quizá porque la necesita. Es la única razón para el asombro. Por eso el hombre no sabe reír como los dioses.
El único momento en el cual puede el mortal ser dios es cuando ríe del pasado. Lo que ya fue es un destino que ya pasó. Algo ya escrito, que se repetirá o que, sencillamente, no puede cambiarse. Mientras el dios ríe al ver hacia adelante o hacia atrás, el hombre sólo lo hace al mirar su pasado. Sólo en esa mínima instancia el hombre puede sentirse dios.
¿Se alcanzará la inmortalidad sólo de esa manera?
¿Quién es inmortal? ¿Aquel que no muere? ¿O aquel que no le teme a la muerte?
CALIPSO: Inmortal es quien acepta el instante. Quien no conoce ya un mañana. (…)
ODISEO: Yo creía inmortal a quien no teme a la muerte.
CALIPSO: A quien no espera vivir.
No es un canto de desesperanza, sino de abandono del deseo, entrega al hoy, una falta de expectativas que nos ahorra decepciones. Decía mi amigo el publicista que cuando no hay expectativas, todo lo que viene es ganancia.
Hablan los dioses de una ebriedad salvaje, de una entrega al destino, quizá porque ellos lo saben todo y, de alguna manera, ya no se asombran con el nuevo día. Saben que el animal está más cerca del dios que el mismo hombre, pues en esa inocencia animal no hay expectativa, nada esperan: pase lo que pase ellos no se asombran. Así son los dioses. Sonríen aun ante la desgracia pues conocen lo que fue y lo que será, nada puede asombrarlos o espantarlos. Sonríen porque saben el final de la historia, como conocieron el principio.
Mientras que el hombre… Cada día es una sorpresa, y cada sorpresa trae un llanto, o una sonrisa cómica, como una mueca. Su ignorancia los hace mortales. El hombre vive en la incertidumbre, quizá porque la necesita. Es la única razón para el asombro. Por eso el hombre no sabe reír como los dioses.
El único momento en el cual puede el mortal ser dios es cuando ríe del pasado. Lo que ya fue es un destino que ya pasó. Algo ya escrito, que se repetirá o que, sencillamente, no puede cambiarse. Mientras el dios ríe al ver hacia adelante o hacia atrás, el hombre sólo lo hace al mirar su pasado. Sólo en esa mínima instancia el hombre puede sentirse dios.
¿Se alcanzará la inmortalidad sólo de esa manera?