lunes, junio 09, 2003

Desde hace algún tiempo (casi dos años) asisto a talleres literarios. Para mí es algo divertido y cubre, en buena parte, mis ansias intelectuales. Aparte que me encanta escribir y los talleres me ayudan a afinar mis habilidades.
Lo cierto es que una semana antes de casarme fui a mi clase de los lunes, segura de encontrarme con mis compañeras y mi profesor para compartir una velada de lecturas y reflexiones. Llegué algo temprano, por lo cual el profesor no escuchó mi toque insistente de intercomunicador.
Me senté en la entrada del edificio a esperar. Mientras lo hacía, un carro entró al estacionamiento. Por sorpresivo que parezca, era mi ex novio. El tipo se estacionó y fue directo hasta donde yo estaba, supongo que para averiguar el porqué de aquella inesperada visita. Yo estaba en shock, pues su oficina (la que yo recordaba) estaba más cerca de mi nueva casa que del sitio donde recibía clases. ¡Sorpresa! Se había mudado.
- Qué bella estás, linda de verdad.
- (Y yo verde de lo incómoda) Gracias, sí, gracias.
- ¿Y qué haces por aquí?
- Es que tengo clases.
- ¿Clases? Que yo sepa aquí no hay ningún colegio.
Me tocó borrarle aquella sonrisa estúpida de la cara al aclararle la situación y dejarle claro que no estaba inventando una excusa barata para verlo. Pero claro, el ego masculino y esas cosas le dejaron la sonrisita pegada en la cara.
- (con sonrisa pícara) ¿Y tú? ¿Cómo estás? ¿Qué estás haciendo?
- Ay, yo feliz: me caso en una semana.
- ¿Y eso? Yo no te veo a ti casándote.
- Pues nada, que estamos muy enamorados y nos casamos.
- (ya sin sonrisita) Bueno, me alegro por ti, de verdad. Te deseo lo mejor.
Subí a clases con una mueca en la cara. No sé si era la sonrisa que le robé al ex o la sorpresa, pero me sentía acelerada. Se lo conté a todo el mundo y me decían que había protagonizado el sueño de toda mujer. Y sí, un poco, creo. Sabía que le había dado un tubazo en los dientes con esa noticia y me sentía de maravillas.

No supe qué hacer, pero como venía sonriendo desde el tercer piso decidí mantener la sonrisa mientras pensaba. Él me saludó con el “buenas noches” más venenoso que he escuchado y yo se lo retorné como si no supiera quién era él. Seguí mi descenso y al salir a la calle casi echo a correr.

Lo que sé es que ahora tengo que desempolvar mis mejores galas para ir a clases, no sea que me los encuentre solos o separados y yo esté cual Cenicienta antes de que llegara el hada madrina (no se crean la versión de Disney, Cenicienta estaba hecha un asco antes del hada).