sábado, junio 21, 2003
Tal para cual
Cuando una persona se muda de la casa de sus padres, ya sea porque se casa, decide irse a vivir con amigos o decide independizarse y mudarse solo, normalmente está corto de dinero. Lo que tiene lo usa para cosas esenciales como la cama, lencería, alguna cacerola y, por supuesto, pagar la vivienda.
Yo que siempre disfruté de una cocina bien equipada, con cantidad de utensilios y perolitos, me preguntaba cómo podría sobrevivir con una espumadera, un colador y una sola olla. Si bien yo sabía cocinar, había aprendido utilizando todos esos instrumentos, y la sola idea de no tenerlos me daba miedo, pues estaba segura de que la comida nunca quedaría igual.
Fue por eso que, con sólo 19 años, decidí empezar a comprar artículos del hogar. Como no había apuro, podría comprarme una cosa a la vez, incluso aquellas caras que ningún recién mudado tiene. Aproveché ofertas de todo tipo y llené mi closet de vasos, tazas, licuadoras, ollas, espátulas y cuánto chiche veía divertido en una tienda del hogar.
No niego que mi manía sorprendía a la gente, pero la explicación les parecía lógica, aunque yo les siguiera pareciendo una loca. A muchos se les hizo fácil resolver mis regalos de cumpleaños, Navidad y Reyes, porque mientras con cualquier otra joven debían partirse el coco buscando regalo, a mí me resolvían con un extractor de jugos.
El tema de los corotos guardados en el closet era un poco difícil de tratar con los novios. ¿Cómo les podría explicar que lo almacenaba esas cosas ante la posibilidad de irme a vivir en otra parte? ¿Cómo hacía para hacerles entender que no se trataba de una loca que buscaba marido, sino de una chica que se preparaba para la vida que, inexorablemente, viviría en breve? Yo no compré ni uno de mis perolitos pensando en casarme, de hecho los compré pensando en vivir sola, en darme el gusto de tener mi casa llena de las cosas que me gustan. Tengo hasta una taza que al levantarla de la mesa toca una cancioncita de Looney Toones y una tenaza especial para agarrar las aceitunas.
Cuando conocí al que hoy es mi esposo, decidí contárselo pronto. No quería cargar con un closet lleno de secretos, ni esperar a que las cosas se enseriaran más para revelarle que yo tenía un apartamento metido en mis repisas. De haberlo hecho le hubiese dado razones para sospechar que sólo buscaba “engancharlo”.
Extrañamente, lejos de asustarse, me pidió ver aquellas cosas. Desde el minuto en que nos vimos, ambos sabíamos que queríamos estar juntos. Cuando conoció mis cositas, todas, se quedó sorprendido porque no hubo una que no le gustara. De hecho se sorprendió por no haber tenido esa idea él mismo.
Sobra decir que mi casa está llena de cosas, y que nunca nos hemos preocupado por la falta de utensilios. Nuestro presupuesto rindió mucho más que el de la mayoría de los recién casados y no extrañamos lo que dejamos atrás, en casa de nuestras madres, pues con lo que tenemos nunca hemos pasado trabajo.
En estos días, mientras paseábamos por una farmacia, mi esposo comenzó a ver tetinas, chupones y algunas otras cosas para bebés. Yo no me di cuenta hasta que tomó una caja de biberones Avent y me dijo: mira, un kit para recién nacidos, ¡y está en oferta! ¿Lo compramos?
Esas son las pequeñas cosas que cada día me convencen de que somos tal para cual. En breve, nuestro closet estará lleno de teteros, baberos, chupones y vasitos anti-cólicos. Y no serán para usarlos pronto, seguro, ni me da miedo ver a mi esposo revisando cosas de niños, pues sé que no me está obligando a extender la familia. Sólo se prepara. Yo lo entiendo tanto como él me entendió a mí la vez que le mostré mi closet. Somos tal para cual.
Cuando una persona se muda de la casa de sus padres, ya sea porque se casa, decide irse a vivir con amigos o decide independizarse y mudarse solo, normalmente está corto de dinero. Lo que tiene lo usa para cosas esenciales como la cama, lencería, alguna cacerola y, por supuesto, pagar la vivienda.
Yo que siempre disfruté de una cocina bien equipada, con cantidad de utensilios y perolitos, me preguntaba cómo podría sobrevivir con una espumadera, un colador y una sola olla. Si bien yo sabía cocinar, había aprendido utilizando todos esos instrumentos, y la sola idea de no tenerlos me daba miedo, pues estaba segura de que la comida nunca quedaría igual.
Fue por eso que, con sólo 19 años, decidí empezar a comprar artículos del hogar. Como no había apuro, podría comprarme una cosa a la vez, incluso aquellas caras que ningún recién mudado tiene. Aproveché ofertas de todo tipo y llené mi closet de vasos, tazas, licuadoras, ollas, espátulas y cuánto chiche veía divertido en una tienda del hogar.
No niego que mi manía sorprendía a la gente, pero la explicación les parecía lógica, aunque yo les siguiera pareciendo una loca. A muchos se les hizo fácil resolver mis regalos de cumpleaños, Navidad y Reyes, porque mientras con cualquier otra joven debían partirse el coco buscando regalo, a mí me resolvían con un extractor de jugos.
El tema de los corotos guardados en el closet era un poco difícil de tratar con los novios. ¿Cómo les podría explicar que lo almacenaba esas cosas ante la posibilidad de irme a vivir en otra parte? ¿Cómo hacía para hacerles entender que no se trataba de una loca que buscaba marido, sino de una chica que se preparaba para la vida que, inexorablemente, viviría en breve? Yo no compré ni uno de mis perolitos pensando en casarme, de hecho los compré pensando en vivir sola, en darme el gusto de tener mi casa llena de las cosas que me gustan. Tengo hasta una taza que al levantarla de la mesa toca una cancioncita de Looney Toones y una tenaza especial para agarrar las aceitunas.
Cuando conocí al que hoy es mi esposo, decidí contárselo pronto. No quería cargar con un closet lleno de secretos, ni esperar a que las cosas se enseriaran más para revelarle que yo tenía un apartamento metido en mis repisas. De haberlo hecho le hubiese dado razones para sospechar que sólo buscaba “engancharlo”.
Extrañamente, lejos de asustarse, me pidió ver aquellas cosas. Desde el minuto en que nos vimos, ambos sabíamos que queríamos estar juntos. Cuando conoció mis cositas, todas, se quedó sorprendido porque no hubo una que no le gustara. De hecho se sorprendió por no haber tenido esa idea él mismo.
Sobra decir que mi casa está llena de cosas, y que nunca nos hemos preocupado por la falta de utensilios. Nuestro presupuesto rindió mucho más que el de la mayoría de los recién casados y no extrañamos lo que dejamos atrás, en casa de nuestras madres, pues con lo que tenemos nunca hemos pasado trabajo.
En estos días, mientras paseábamos por una farmacia, mi esposo comenzó a ver tetinas, chupones y algunas otras cosas para bebés. Yo no me di cuenta hasta que tomó una caja de biberones Avent y me dijo: mira, un kit para recién nacidos, ¡y está en oferta! ¿Lo compramos?
Esas son las pequeñas cosas que cada día me convencen de que somos tal para cual. En breve, nuestro closet estará lleno de teteros, baberos, chupones y vasitos anti-cólicos. Y no serán para usarlos pronto, seguro, ni me da miedo ver a mi esposo revisando cosas de niños, pues sé que no me está obligando a extender la familia. Sólo se prepara. Yo lo entiendo tanto como él me entendió a mí la vez que le mostré mi closet. Somos tal para cual.