miércoles, junio 18, 2003

Esta mañana me he levantado con el feo alborotado. Me miré al espejo y me dije: ¿y esa cosa tan fea eres tú? Nada, me bañé a ver si era que estaba sucia, y también para aplacara el cabello (que desde que comenzó a llover se gobierna solo), pero no mejoré mucho.
Pensando que no debía salir hoy me tranquilicé, al fin y al cabo si nadie me ve me siento menos fea. Seguidamente me senté a la computadora y me encontré Sebastián había colocado fotos de las dos semanas de Maya. En ellas también aparecía la madre, Meibell, y ahí fue cuando el ego se me terminó de encoger y el ánimo terminó por el piso.
No nos engañemos: todas las mujeres cuando van a parir están hinchadas, deformes y abultadas, sin contar los terribles trastornos que causan las hormonas. He visto muy pocas mujeres que estén a punto de dar a luz y se vean bien. ¿A que no adivinan? Meibell estaba bella, no hay foto en la cual salga tan horrenda como yo esta mañana. Soy defensora de la sana envidia y hoy se la dedico toda a ella.
¿Y la bebé? Nacer es un trauma. Los niños nacen hinchados, golpeados, parecen renacuajitos. Uno los ve lindos porque están chiquitos y además, normalmente, uno tiene lazos emocionales con ellos. No miento al decir que Maya es una de las niñas más lindas que he visto. Esos dedos largos de pianista, ese sano color rosa de su piel, la mirada viva y brillante. ¡Qué envidia!
Dejemos que el día pase a ver si me compongo, pero despues de esto mis exigencias han aumentado. Si no posteo más es que me fui a exfoliar el cuerpo y a untarme con cremas hasta las uñas.