jueves, junio 05, 2003
No estaba tan feíta
Mi hermana me decía que nunca se debía salir a la calle mal vestido. Ni siquiera para hacer una compra mínima en el supermercado. Me decía que en situaciones tan inverosímiles como esas me podía topar con mi príncipe azul, o con un contacto de trabajo o con alguna persona a la que quisisera impresionar. Siempre pensé que eran esas "cositas" delicadas de ella, aunque con el tiempo he descubierto que es verdad.
Hace dos días entré a una tienda que tenía ropa en oferta. Casi nunca se consigue algo bueno allí, pero nunca sobra un vistazo rápido. Di vuelticas, tomé franelas, las revisé, las devolví, tratando de convencerme si de verdad me gustaban o si el precio en realidad era atractivo... hasta que una doña, muy encopetada y perfumadita, se me acercó peligrosamente y me dijo:
-¿Usted trabaja aquí?
Yo imaginé que lo iba a hacer y traté de correr, pero fue imposible, la señora me lo preguntó y me sentí como una cucaracha (auqnue yo no estaba tan feíta, lo juro), pero lo peor fue que no pude esconder el temblor del labio y la lagrimita en el ojo cuando le respondí:
-No, no trabajo aquí.
Volteé la cara con rabia y la mayor elegancia que pude, jurándome que no salía más de la casa sin ponerme collares, pintura de labios y cartera bonita.
Mi hermana me decía que nunca se debía salir a la calle mal vestido. Ni siquiera para hacer una compra mínima en el supermercado. Me decía que en situaciones tan inverosímiles como esas me podía topar con mi príncipe azul, o con un contacto de trabajo o con alguna persona a la que quisisera impresionar. Siempre pensé que eran esas "cositas" delicadas de ella, aunque con el tiempo he descubierto que es verdad.
Hace dos días entré a una tienda que tenía ropa en oferta. Casi nunca se consigue algo bueno allí, pero nunca sobra un vistazo rápido. Di vuelticas, tomé franelas, las revisé, las devolví, tratando de convencerme si de verdad me gustaban o si el precio en realidad era atractivo... hasta que una doña, muy encopetada y perfumadita, se me acercó peligrosamente y me dijo:
-¿Usted trabaja aquí?
Yo imaginé que lo iba a hacer y traté de correr, pero fue imposible, la señora me lo preguntó y me sentí como una cucaracha (auqnue yo no estaba tan feíta, lo juro), pero lo peor fue que no pude esconder el temblor del labio y la lagrimita en el ojo cuando le respondí:
-No, no trabajo aquí.
Volteé la cara con rabia y la mayor elegancia que pude, jurándome que no salía más de la casa sin ponerme collares, pintura de labios y cartera bonita.