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sábado, junio 21, 2003

Mujer, madre, mujer

Siempre he notado que para los hijos es duro pensar en su madre como en una mujer, esto es, pensar que además de darles la vida, esa persona también tiene la suya propia, con las querencias, deseos, aspiraciones y rollos emocionales.

La primera cosa que la gente se niega a pensar es que su madre pueda tener sexo. “No, la mía no, esa mujer es una santa, sólo lo hizo para engendrarme, después de ahí NADA”. Hablemos: la actividad sexual es realizada por ambos géneros, o sea, las mujeres también lo hacemos y lo disfrutamos. Negar eso es asumir que sólo hay hombres homosexuales y prostitutas, y que a los niños los trae la cigüeña de París (y a los de París, ¿de dónde los trae?). Sépanlo: nuestras madres, de la edad que sean, hacen el amor. Bendito sea el cielo. ¿Cómo negarles una parte importante de la vida de cualquier ser humano sólo por nuestros prejuicios? Además, no veo por qué haya que sentir que una mujer es mala por tener intimidad. Si piensas que es santa lo haces por su forma de ser, y esa no cambiará por lo que haga en la intimidad de su habitación, con su pareja.

Claro, y es que ahí llega el segundo asunto: después de tener un hijo (y más aun si sobrepasan los 35 años) las mujeres son célibes. No hay nada oficial sobre este punto, pero sospecho que mucha gente piensa eso. Es como si el sexo fuera un territorio reservado para la loca juventud, lo demás es pura espiritualidad propia de la edad adulta. ¡No señor!

Creo haber comentado que asisto a un taller narratológico. Pues bien, mis compañeras son puras mujeres. La menor de nosotras tiene 25 años, la mayor no lo sé, pero ronda los 40, y son madre e hija. También hay una mujer impresionante, bella, de unos 40 años, con dos hijas hermosas, una de las cuales está en la universidad. Mis amigas cuarentonas (que no se tome despectivamente el término, es que en verdad tienen esa edad) tienen conquistas, son hermosas, exudan una sexualidad increíble (de esas que los hombres con sólo oler se ruborizan interiormente), y tienen sus maridos o sus novios, con quienes se toman de la mano y se dan besitos, y sí, hacen el amor.

Pero no sólo se dedican a eso: tienen una vida profesional, llevan una casa, sufren de síndrome pre-menstrual, se mantienen en forma, van a fiestas, echan chistes, hacen una despedidas de solteras muy divertidas (quien no ha tenido una organizada por mujeres como estas, se ha perdido la mitad de la diversión que se puede tener), estudian, cuadran cuentas, viajan. Y muchas son mamás.

Mi madre tiene casi 60 años. No se le nota. Es una mujer alegre, vital, algo alocada, dinámica y muy feliz. Siempre anda inventado algo. Conozco muchachas de 20 que ya quisieran tener su energía. Mi hermana mayor tiene 39. Tampoco se le ven ni por el costado. Hace poco saqué la cuenta y casi le pego cuando noté su edad. Y las dos tienen una vida plena. Mi madre hasta tiene novio y vive con él. Tienen vida propia que no está determinada por sus hijos solamente. Y son excelentes madres.

No hay que perder de vista que antes de tener 40, 50, 60 años, nuestras madres tuvieron 15, 20, 25 años también. El muchacho que fuma marihuana a los 15 y cree que su mamá no sabe lo que es una droga es un completo pelado. Las haya consumido o no, las mamás pasaron por momentos donde sexo, drogas, rock&roll, alcohol, cigarrillos, chuletas para exámenes, hurtos en tiendas, escapadas del colegio (sí, las famosas “jubiladas”), mentiras y locuras fueron parte de su vida. Saben cómo se ve una persona que miente, o una que fuma a escondidas en su cuarto, o una que está haciendo una chuleta. Saben que el olor raro en la ropa, los ojos rojos y las bolsitas de orégano escondidas son mafafa. Eh, y también saben lo que es un preservativo. Antes de ser madres y mucho después de ello, son mujeres.



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