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viernes, junio 20, 2003

Desde la ventana

Me encanta ver por la ventana mientras llueve. Me gustan, sobre todo, las lluvias fuertes y con carácter, esas que inundan el ambiente con olor a tierra mojada o a grama recién cortada. Me gusta, por enfermo que parezca, ver a la gente correr para refugiarse de las gotas que los golpean sin piedad. Quizá esto se deba a que también me gusta correr bajo la lluvia.

En los últimos días ha llvido mucho, pero casi siempre de noche. Con lo oscura que es la calle donde vivo, no tiene mucha gracia ver llover, así que no me asomo por la ventana, sólo enfoco un faro de la calle para ver en el minúsculo circulo de luz que emana las gotas regordetas precipitándose al suelo.

Esta tarde, a pesar de que no llovía, me posé en la ventana, como si fuera un pajarito que llega volando y se detiene para observar el mundo con su ojito. Tengo la impresión de que los pajaritos sólo ven con un ojito, el otro supongo que es para darle equilibrio a su cara, o quizá para usarlo intermitentemente, cuando el ojito oficial se canse.

Cuando vivía con mi madre, había un edificio cuyas ventanas quedaban muy cerca de nuestro balcón. Era algo interesante, pero más que todo por la posibilidad casi negada de ver la cotidianidad de los vecinos a través de un huequito. Esa posibilidad estaba negada por el sólo hecho de que la única ventana que podía enfocarse con precisión estaba cubierta con una gruesa cortina oscura, por lo que ni siquiera podían adivinarse las formas.

Años más tarde, la familia de la cortina oscura se fue de ese apartamento, llevándose consigo su telón. La función empezaba, aun sin que nosotros lo sospecháramos. La nueva familia era escandalosa pero pequeña. Siempre tenían invitados, a los que podíamos ver a través de la ventana desnuda, tomándose un trago en la sala mientras la mujer cocinaba alguna cosita (a través de la ventana de la cocina se veía la cantidad de latas que abría) que luego aparecía entre la gente sobre una bandeja.

Un día la pareja se peleó. Parece que se amanazaron y se lanzaron cosas, pero yo no entendí mucho porque peleaban de madrugada y yo estaba muy dormida todavía. En aquel entonces yo no sufría de insomnio. Ella tomó una maleta y se fue la mañana siguietne, con su hijo al lado. Pero no pasó una semana antes de que volvieran a juntarse.

A partir de este episodio, el marido se esmeraba por ayudar a su mujer, limpiando el hogar, arreglando cosas, dejando de invitar tantos amigos. Para mitigar el aburrimiento, todas las tardes tomaba una cerveza y veía televisión. Mi madre siempre estaba leyendo en el balcón mientras este hombre hacía la limpieza vespertina. Ella no tiene una vista particularmente buena, así que no lo notaba, pero yo, que siempre sentí especial interés por molestar a mi madre mientras leía, me paraba frente a ella a hablarle, cuando a lo lejos se dibujaba la figura del vecino desnudo, coleteando el piso de su casa antes de tomarse la cerveza del día. En realidad siempre quedaba en ropa interior y medias, y mi mamá y yo nos reíamos casi todas las tardes al contemplar su semi-desnudez. Una tarde el hombre apareció desnudo, balanceando el cuerpo hacia adelante y hacia atrás mientras pasaba la mopa por el piso. Fue impresionante ver su entrepierna colgante columpiarse al ritmo de la limpieza. Sentí, por primera vez, que invadía su privacidad. Dejé de salir al balcón en las tardes. Luego, los vecinos se mudaron y los nuevos habitantes instalaron una cortina de flores.

Desde que me mudé a este apartamento, me he sentido maravillada del tamaño de las ventanas. Son inmensas y son bastantes, aunque están cubiertas por persianas muy viejas que cada cierto tiempo se rompen o se dañan. Así pasó con la del balcón, una anciana persiana vertical que un día decidí desmontar. Desde ese momento me he prometido poner nuevas persianas o, tal vez, alguna cortina, pero dado el tamaño del ventanal, el precio se escapa de mi presupuesto.

En días como este pienso mucho en mi vecino nudista. Pienso en la posibilidad certera de que alguien diga lo mismo de mí, que salgo corriendo desnuda por la casa luego de salir de la ducha y descubro que no tengo toalla con la cual secarme. Pienso que así como yo veo hacia el exterior, espiando a los transeúntes, algún vecino insomne es capaz de meter su ojito a la sala de mi casa para descubrir la semi-desnudez de mi esposo, que también se pasea en interior y medias, como mi viejo vecino.

Y es que en días como estos, sólo en días como estos, med acuerdo que las ventanas son bidireccionales, y que así como sirven para descubrir el exterior, sirven para decubrir el interior de los hogares. ¿Pudor? No siento. Mi hogar es algo digno de ser mostrado, auqneu no deja de inquietarme un poco saber que alguien pueda conocer mis pasos mejor que yo.

Hace unos días el vigilante de mi edificio me ha dicho que mi gata se sale por la ventana y se sienta en el borde a observar la calle. En la oscuridad de la noche su cuerpo blanco resalta como un cometa. Imagino que le gusta descubrir otros mundos. Lo que sospecho que no sabe es que a ella también la pueden ver.


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