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martes, mayo 13, 2003

Te extraño, como se extraña...

Y por ahí va la canción. Pero no extraño a un amor. Hoy extraño mi lonchera. Mi cajita de almuerzo nunca fue para guardar el almuerzo porque yo estudiaba en la mañana y salía al mediodía, así que nunca almorcé en la escuela.

Mi lonchera era amarilla, tenía una muñequita con un vestido todo rococó y una sombrillita, el pelo era castaño y yo, secretamente, me quería parecer a ella. Nunca quise parecerme a una Barbie, sólo a la niña de mi lonchera.

Pocas veces me ponían Pepito, más bien me ponían comida de verdad: sandwichs, empanadas, arepitas dulces, bollitos... Mi madre siempre fue una gourmet del desayuno infantil. Me daban dinero para comprar la bebida, que casi siempre era Rikomalt o cualquier otra cosa con chocolate.

Un día tuve una falda nueva, con un bolsillito interno donde cabía una moneda. ¿A qué no adivinan quién puso la monedita de la merienda dentro de su bolsillito? Exacto, yo misma. Cuando llegó la hora de comprar la merienda en la cantina me di cuenta que no había llevado mi lonchera, pero me quedé tranquila pensando que tenía una moneda de 2 bolívares (toda una fortuna para la época) y que podía comprarme media cantina si quería. Claro, que como nunca antes había tenido bolsillito en la falda, no me acordé dónde estaba la moneda, lloré porque no tenía con qué alimentarme, la maestra hizo una recolecta y ese día tuve el mejor desayuno de toda mi vida.

A la hora de la salida me acordé del bolsillito y saqué mi moneda para comprarme un rico helado Alcázar. Menos mal que estaba en 2do grado y nadie notó el fraude (me tuvieron que pagar el desayuno y a la salida pude comprarme un helado, ¡qué embaucadora!).

A pesar de ese día, excepcionalme en mi vida, los mejores desayunos los guardó siempre mi lonchera. La extraño...


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