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viernes, mayo 23, 2003

Orientación vocacional

Cuando estaba en el colegio, un año antes de graduarme, la psicóloga de la institución era la encargada de darnos una materia que se llamaba “Orientación vocacional”. Se suponía que ahí encontraríamos las herramientas para escoger la carrera adecuada, de acuerdo a nuestros gustos pero también a nuestras destrezas y habilidades.

Resultaba incómodo que la materia fuera dictada en grupo pues, obviamente, todas las personas que estábamos ahí teníamos diferentes características por lo cual, ya se podrán imaginar, la guiatura grupal era lo menos provechosa del mundo.

Nos decían cosas muy generales como: “escoge una carrera que te llene” o “no te dejes guiar por los oficios que tengan tus padres”. Eso ya lo sabía yo antes de los 45 minutos semanales con la psicóloga.

Pues bien, sucedió que para darle sentido individual a la orientación, nuestra querida psicoloca decidió ponernos a comprar una test vocacional. Consistía en una planilla llena de preguntas, no miento si digo que parecían millones, todas igualitas, repetitivas, cansonas y hasta obvias: ¿Te gusta ayudar a las personas? ¿Sientes satisfacción cuando ayudas a alguien? ¿Te agrada tender tu mano a terceros?

Sí, parece que había unas cuantas preguntas básicas que se repetían con ligeras variaciones a lo largo del examen para asegurarse de que uno estaba clarito en la vida.

A mí no me pareció difícil, aunque vi que muchas de mis compañeras hasta intentaron copiarse en la prueba. Lo que me pareció fue un examen largo y tedioso, pero lo terminé feliz de sólo imaginar que me ayudaría a constatar que yo debía estudiar la carrera que había escogido ya.

Una vez terminada la prueba, la psicoprofe la recogió, la guardó en una carpeta y nos explicó que ahora sólo le faltaba llevarla a la empresa de procesamiento de datos. En apenas una semana todas tendríamos el resultado detallado y personalizado de lo que seríamos en la vida. Impresionante, ¿no?

Transcurrida la semana llegaron las pruebas analizadas. Hasta la más bruta del salón pegaba gritos de la emoción al saber que ya no tendría que pensarlo más y podría escoger cualquiera de las opciones que le daba el resultado plasmado en el papel. Porque, para sorpresa nuestra, el test daba varias opciones clasificadas en: te gustan tales carreras, tienes habilidad para estas y hasta es posible que te inclines por estas. Claro, ante todo te ponían una introducción que dibujaba tu perfil laboral/profesional.

Yo, de lo más tranquila al ver a las demás, no me desboqué a leer la mía. Me puse a leer la de las demás, felices como estábamos de tener esa información. Quería saber qué le recomendaban a las otras chicas pues, ya que las conocía bien, saber esas recomendaciones me podría dar una idea de qué tan acertado era el instrumento de orientación. Para mi sorpresa, siempre dio en el clavo.

Ok, leamos la mía, me dije, y empecé a leer la contradictoria introducción, ansiosa de llegar al final. Decía más o menos: “el individuo presenta marcada tendencia por el área humanística, pero es posible que también tenga éxito en el área científica debido a su curiosidad innata. En ambos casos se verá asistido por su aguda capacidad de análisis y comprensión de las situaciones. Tiene remarcadas cualidades para la atención de personas, pero también disfruta de tareas solitarias como la investigación, poco propensas al intercambio personal” …Blablabla…Y llegamos a la parte crucial: “Dado lo anterior, esta persona sería buena para: ..--..”. Y nunca se completó el resultado.

Alarmada, se lo mostré a la profesora, debía tener una explicación pronto de por qué yo no tenía recomendaciones como el resto. Ella, tranquilita (claro, no era su vida profesional la que estaba en juego) me dijo: “Upa, parece que se le acabó la cinta a la impresora (sí, en ese entonces no había inyección de tinta y menos láser). Tendré que llevarlo de vuelta a la empresa para que completen el resultado con tus datos”. Todavía lo estoy esperando.

Yo sé que parece una broma del destino, una simple coincidencia, un giro tragicómico de los acontecimientos, pero a los quince años sentí que el universo trataba de decirme: “Sí, era cierto lo que sospechabas. Eres buena para nada”.

¿Y a eso le llaman orientación?



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