miércoles, mayo 28, 2003

Hay cosas que uno esconde como un terrible secreto. Son pocas las personas a las que uno les puede contar ciertas historias familiares, fracasos, anécdotas embarazosas, ideas maltrechas. Uno siente vergüenza. Hasta que un día te das cuenta de que no estás solo, que hay muchas personas como tú que han pasado terribles experiencias, o que tienen un familiar al que quisieran esconder o algo así.
Y es que, en el fondo, todos tenemos miedo al ridículo, aunque sea un poquito. A todos nos pasa. Tengo una amiga que, de hecho, estuvo en una terapia de grupo y cuando trataron el asunto, la tarea que les pusieron fue tratar de vencer ese miedo. Cada uno dijo qué cosa temía hacer por miedo al qué dirán, comprometiéndose a hacerla en la semana que los separaba de la siguiente terapia. Mi amiga tenía miedo a mostrar sus piernas, a exponer su cuerpo frente a la gente, así que en esa semana se puso unos pantalones muy cortos y una camiseta y se fue a caminar. Sabía que todo el mundo la estaba viendo, pero ella estaba convencida de que la asignación le haría bien. Al llegar a la terapia, la semana siguiente, era la única que había cumplido con la tarea: los demás tuvieron demasiado miedo de hacer el ridículo.
Hay conversaciones que nos amedrentan, grupos en los que no encajamos, sitios en los que nos sentimos incómodos e inadecuados, y en todas esas situaciones optamos por cerrar la boca y no movernos para evitar el ridículo.
Pensaba en estos días que tener un blog era un acto de valentía, una rebeldía en contra de esos demonios. Más tarde pensé que no necesariamente era así pues es fácil esconder la identidad real creando una personalidad digital, un nick cualquiera. Pero luego también pensé que escudarse tras una identidad digital no es un pecado que minimice la valentía. Tú creas tu weblog y te expones, ya sea con un nombre real o con uno ficticio, y aunque nadie sepa quién eres, tú siempre lo sabrás. Ese es el detalle, igual te expones, igual compartes cosas muy íntimas, igual vences a la horrible quimera del miedo escénico.
Y aunque en el día a día los bloggers sigamos sintiendo nuestras penitas, o mostremos nuestras inseguridades, gracias a estas líneas que escribimos en la red somos cada día más fuertes.