miércoles, abril 09, 2003
Tristeza de perro
Hay que ver cuántas veces uno se dice, como si fuera juego: me encantaría ser un perro, no tener preocupaciones, poder lamerme las patas toda la tarde sin pensar en el trabajo, calmar mis ansias sexuales sin pudores... Claro, pero un perro doméstico, de esos que tienen el plato de comida asegurado y el agua filtrada en el plato con su nombre. Como el mío: Kotaru.
Hoy Luis vino a almorzar con nosotros. Fue un encuentro breve pero hermoso, a mitad del día, qué felicidad cargaba Kotaru, estaba parado en dos patas como un mono amaestrado. "Papá está aquí". Guau.
El almuerzo llegó a su fin, Luis se despidió hasta la noche, cuando vuelva del trabajo, y al cerrar la puerta dejaba tras de sí al pobre Kotaru, con la mirada curiosa como preguntándole ¿vamos a algún lado?. "No vamos, voy", le dijo Luis. La puerta se cerró y Kotaru se quedó sentado frente a ella, con su mejor postura Schnauzer, derechito, viéndola fijamente para ver si lograba que Luis se devolviera. Oyó todos los sonidos de la partida: el ascensor, la puerta del sótano, la alarma, la puerta del carro y el encendido. Entendió entonces que papá se había ido de verdad y empezó a aullar. No he podido pararlo. Es más, sigue frente a la puerta, pero ahora echado, deprimido.
No sé si yo pudiera aguantar eso. No estoy hecha para ser perro. ¿Con qué aguantaría tanta tristeza? Yo NECESITO mi intelecto para darme excusas y calmar los dolores.
No sé por qué, pero se me ha metido en la cabeza que hay que poner una moraleja y, seamos sinceros, no la encuentro.
Hay que ver cuántas veces uno se dice, como si fuera juego: me encantaría ser un perro, no tener preocupaciones, poder lamerme las patas toda la tarde sin pensar en el trabajo, calmar mis ansias sexuales sin pudores... Claro, pero un perro doméstico, de esos que tienen el plato de comida asegurado y el agua filtrada en el plato con su nombre. Como el mío: Kotaru.
Hoy Luis vino a almorzar con nosotros. Fue un encuentro breve pero hermoso, a mitad del día, qué felicidad cargaba Kotaru, estaba parado en dos patas como un mono amaestrado. "Papá está aquí". Guau.
El almuerzo llegó a su fin, Luis se despidió hasta la noche, cuando vuelva del trabajo, y al cerrar la puerta dejaba tras de sí al pobre Kotaru, con la mirada curiosa como preguntándole ¿vamos a algún lado?. "No vamos, voy", le dijo Luis. La puerta se cerró y Kotaru se quedó sentado frente a ella, con su mejor postura Schnauzer, derechito, viéndola fijamente para ver si lograba que Luis se devolviera. Oyó todos los sonidos de la partida: el ascensor, la puerta del sótano, la alarma, la puerta del carro y el encendido. Entendió entonces que papá se había ido de verdad y empezó a aullar. No he podido pararlo. Es más, sigue frente a la puerta, pero ahora echado, deprimido.
No sé si yo pudiera aguantar eso. No estoy hecha para ser perro. ¿Con qué aguantaría tanta tristeza? Yo NECESITO mi intelecto para darme excusas y calmar los dolores.
No sé por qué, pero se me ha metido en la cabeza que hay que poner una moraleja y, seamos sinceros, no la encuentro.