miércoles, abril 23, 2003
Han sido unos días muy movidos a pesar de mi flojera.
El domingo fue mi aniversario de bodas y además de los regalos y la emoción y el almuerzo, lo mejor fue pasarlo tranquilamente, sin demasiado sobresalto. Nosotros somos una pareja muy trabajadora y en días como ese, el mejor regalo es la tranquilidad.
Lo mismo el lunes. Fue el cumpleaños de mi esposo y nuestra celebración fue almorzar juntos, cantar cumpleaños los dos solitos y sentarnos a vernos, felices y enamorados, mientras comíamos torta. ¿Puede la vida ser más bonita que cuando se tiene un plato de torta delante? Lo dudo.
Lo curioso es que fueron dos tartas: pie de limón y tartaleta de frutas, con una crema pastelera super ligera y fresca, como sólo la pueden hacer en St. Honoré.
Ya hoy todo volvió al caos: millones de trabajos, llamadas de todas partes, tres jefes al mismo tiempo pidiendo material y para remate tenemos el principio de la gripe maluca que está dando por ahí.
Una de las ventajas de ser agente libre, teletrabajador o como quiera que se llame, es que puedes gerenciar tus recursos y combinar lo personal y lo profesional para optimizar la administración del tiempo. En teoría suena fantástico, pero en días como este la práctica es difícil: te provoca echarte en la cama a ver tele, comerte los restos de las tortas y arroparte hasta el cuello. Y la lluvia no ayuda tampoco a levantar las ganas de trabajar.
A pesar de mi flojera, decidí ponerme en marcha a partir de las 7 de la noche y, desde ese momento, no he parado. Creo que ese es otro de los males de los teletrabajadores: el horario cambiado. Nunca trabajo antes de las 10 am, de hecho, para mí lo normal es trabajar después de almuerzo y siesta. Y eso si estoy animada. Sino empiezo más tarde, tipo 6 pm o 7. Claro, que termino a las 3 am y durmiendo las 8 horas me despierto a las 11 am, o sea, un círculo vicioso de horarios cambiados.
Ya postearé más sobre el tema, ahora debo cerrar esto para que el pollo que estoy cocinando no se ahogue en salsa hoisin