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miércoles, abril 23, 2003

De cómo llegué a ser teletrabajadora

Hace unos cuantos años (parecen millones) yo todavía trabajaba en oficinas. Era lo normal en ese entonces, pero no niego que era duro.

Uno de mis trabajos me dejó marcas difíciles de borrar. Paradigmas del horror que reviven en forma de traumas de vez en cuando. Para explicarlo mejor: querían hacer una "limpieza étnica" y sacarnos a todos para renovar el staff con gente cercana a los jefes. Para ello, implementaron métodos de tortura consistentes en la implantación de mucha burocracia, combinada con una serie de deadlines imposibles de cumplir. Así se te hacía más difícil cumplir tus labores y además nunca entregabas el trabajo a tiempo, lo que te hacía "botable". Pero siempre buscábamos la manera de cumplir y eso les ponía las cosas color de hormiga a la hora de pasar cartas de despido.

La mayoría de los que estábamos ahí éramos frilánsssss (no se imaginan el bello inglés que se hablaba ahí) y como tales no gozábamos de ningún beneficio aparte de nuestro salario. Cobrábamos MENSUALMENTE y no de manera quincenal, lo que hacía que siempre tuviéramos problemas de liquidez durante el mes. A pesar de ser -en teoría- agentes libres, teníamos superior inmediato, tareas asignadas y cumplíamos horario. O sea, la esclavitud del sub-empleo.

También grababan nuestras conversaciones telefónicas, nos espiaban y hacían reuniones de status para bajarnos la moral. Nunca nos felicitaban. Nos negaban vacaciones. No aceptaban reposos médicos (una vez estuve trabajando verde de la gripe, y con fiebre de 40 tuve que caminar bajo la lluvia para cumplir con mi trabajo)

No explicaré más. Renuncié. Y no fui la única: en cosa de 4 meses pudieron hacer realidad su sueño de renovar el staff pues la mitad del viejo equipo había renunciado, y a la otra mitad la despidieron. Eso sí: les salió caro el capricho, pues como fui una de las primeras en irme marqué la pauta en cuanto a liquidación. Ellos alegaban que por ser freelancers no teníamos derecho a las compensaciones monetarias de rigor (prestaciones, utilidades, vacaciones remuneradas, etc.) pero yo me fui al Ministerio del Trabajo y me enteré que yo calificaba como trabajadora y, por ende, tenía derecho a todo. Todos los demás aprovecharon la info y terminamos sacando nuestra plata completa.

Luego vino un trabajo temporal que me reconcilió con el mundo laboral porque las tareas eran complejas pero gratificantes, y mis compañeros eran la mejor gente del mundo. Era una productora independiente y yo era parte de un equipo de productores muy chévere. Conocí todo la parte bonita de tener compañeros de trabajo, me integré rápidamente y recuperé mi autoestima laboral. Pero el proyecto terminó antes de lo planeado y tuve que buscar trabajo de nuevo.

Gracias a Dios conseguí empleo en 15 días, en un portal pequeño pero cumplidor, para el cual sigo trabajando. Estuve unos meses en la oficina pero, por la naturaleza de mi trabajo, aproveché la oportunidad para convertirme en TELETRABAJADORA. O sea: trabajo para esa compañía desde una estación remota de trabajo ubicada en mi hogar, y gracias a la magia del Internet mando lo que hago por e-mail.

Una historia larga y espinosa, con final feliz.



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