<$BlogRSDUrl$>

lunes, marzo 31, 2003

Disculpen el abuso, pero este cuento lo escribí hoy para mi taller literario y, aunque no está corregido aún, quise compartirlo:

La inmovilidad de la mariposa

Marisa contemplaba con estupor la perfección de aquella mariposa. Estaba posada en la ramita de un arbusto, en el jardín de la universidad, donde Marisa solía tomar sus descansos.

Las alas traslúcidas parecían vitrales diminutos, sublimes, encantadores. Marisa estaba fascinada. Se decía que esa inmovilidad absoluta era muestra del total poderío que la naturaleza tenía sobre sí misma. Por más que se lo propusiera, ella jamás sería capaz de permanecer quieta tanto tiempo, sin mostrar señales de cansancio o aburrimiento. Su fuerza de voluntad era ínfima.

Pensó en tocarla para robarle la inmovilidad o, al menos, la determinación de permanecer inmóvil. Era un pensamiento absurdo porque nada hacía suponer que fuese posible la transferencia del temple, pero aun así, Marisa extendió la mano con la delicadeza de quien realiza un ritual. Justo antes de tocarla sintió miedo.

Prefirió acomodarse, asumiendo una postura más ceremonial. Sentada en posición de loto, acercó un dedo al ala más próxima, la tocó cerrando los ojos y justo en ese momento, la mariposa alzó vuelo. Marisa trató de alejarse, pero estaba inmóvil. Mientras la mariposa dio un último recorrido revoloteando alrededor de su cuerpo detenido, Marisa quiso llorar pero las lágrimas tampoco podían moverse.

Pedro llevaba rato buscando a Marisa. Habían acordado encontrarse en la cafetería, pero ella no apareció. Él no entendía qué había pasado, pues Marisa jamás faltaba a una cita.

La buscó en los salones y baños, preguntó a los amigos y, al no hallarla, decidió buscarla en el jardín, en aquel lugar secreto donde Marisa se retiraba a descansar. Allí la vio, quieta y hermosa, meditando en posición de loto. La veía como dormida, metida en su propio mundo, cósmica y concentrada. Quiso darle un susto, pero le pareció grosero romper el cuadro tan bruscamente. Prefirió tocarla suavemente en el hombro, arrodillándose junto a ella.

Apenas sintió el roce, Marisa salió del encanto. Se sentía libre y ágil, por lo que no pudo hacer otra cosa que saltar de alegría. A la primera vuelta vio a Pedro de rodillas en la grama, con el brazo extendido y la mirada perdida. Marisa lloró, pero se alejó sin tocarlo.




This page is powered by Blogger. Isn't yours?